viernes, julio 29, 2011

AMOR Y POLÍTICA

AMOR Y POLÍTICA

Ataliva Amengual
Con amor para María José y Mauricio, unidos por el amor.

“La violencia entró a mi vida destrozando lo que más amaba. Porque fui víctima del odio, he consagrado mi vida a revertir ese odio y a convertirlo en comprensión, tolerancia y –¿por qué no decirlo?– en amor”. Michelle Bachelet en su discurso de asunción como Presidenta de Chile.

(Las negritas y subrayados, en adelante, son míos)

El carácter social del hombre lleva a acceder a comunidades que trabajan buscando el bien común. Así aparece la política como elemento que recoge todos esos esfuerzos que buscan el bien común, pero lamentablemente constatamos que en muchos casos hoy la vida política se convierte en asegurar el bien común de unos pocos: de los que llegan a poder. Y, sin embargo, la política y nuestra participación en ella es consustancial a nuestro ser de personas humanas. Lo social y lo político es algo humano y la persona es su fundamento.
De allí que sea importante redescubrir a la persona como eje de la dinámica social y política.
Lo esencial de la persona y la sociedad (en sus aspectos políticos, económicos, educacionales, etc.) natural y sobrenaturalmente es el amor.La persona humana necesita la vida social y política. Estas no constituyen para ella algo sobreañadido sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio con otros, la reciprocidad de servicios y el diálogo con sus hermanos, el hombre desarrolla sus capacidades; así responde a su vocación (cf Gaudium et spes 25, 1, en el futuro GS). (Catecismo de la Iglesia Católica n° 1879, en el futuro CIC)

Ahora bien, lo social al ser una propiedad del hombre, consiste en un obrar o hacer juntos. Vale decir, en una practica común o colectiva que tiende a un fin.
Desde los grupos sociales primarios (familia, pequeñas comunidades, etc.) a partir de los cuales se forman estructuras sociales mayores (sindicatos, empresas, partidos políticos, iglesias, etc.), el fin de la vida social y al cual debe dirigirse todo, es el bien, más precisamente: el bien común.Todo grupo social tiene como principio de ordenación final, el bien común.

Por bien común, es preciso entender ‘el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección’ (GS 26, 1; cf GS 74, 1). El bien común afecta a la vida de todos. Exige la prudencia por parte de cada uno, y más aún por la de aquellos que ejercen la autoridad (CIC, n° 1906)

El bien común comporta tres elementos esenciales:

Supone, en primer lugar, el respeto a la persona en cuanto tal. En nombre del bien común, las autoridades están obligadas a respetar los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. La sociedad debe permitir a cada uno de sus miembros realizar su vocación. En particular, el bien común reside en las condiciones de ejercicio de las libertades naturales que son indispensables para el desarrollo de la vocación humana: ‘derecho a... actuar de acuerdo con la recta norma de su conciencia, a la protección de la vida privada y a la justa libertad, también en materia religiosa’ (cf GS 26, 2). (CIC 1907) en otras palabras los derechos humanos.

En segundo lugar, el bien común exige el bienestar social y el desarrollo del grupo mismo. El desarrollo es el resumen de todos los deberes sociales. Ciertamente corresponde a la autoridad decidir, en nombre del bien común, entre los diversos intereses particulares; pero debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información adecuada, derecho de fundar una familia, etc. (cf GS 26, 2) (CIC 1908)
El bien común implica, finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad asegura, por medios honestos, la seguridad de la sociedad y la de sus miembros. El bien común fundamenta el derecho a la legítima defensa individual y colectiva. (CIC 1909)

Si toda comunidad humana posee un bien común que la ordena en cuanto tal, la realización más completa de este bien común se verifica en la comunidad política.
No hay que olvidar que la orientación efectiva de la vida social la determina la política.
Corresponde al Estado defender y promover el bien común de la sociedad civil, de los ciudadanos y de las instituciones intermedias. (CIC 1910).
Mediante el poder se debe buscar el bien común, y con él, la paz.
Del desorden respecto al fin verdadero y de la correlativa dirección hacia un bien aparente procede, por lo tanto, la injusticia del poder, es decir su desprestigio como conducta valiosa y como fuente de bien común para los demás miembros de la polis. (De ahí el desprestigio de la política y los políticos)

La paz social es una unión amistosa fundada en el querer del bien común y por la justicia.
La paz verdadera es fruto del amor, el bien más grande.


Antes de que los actores de televisión, los encuestadores y las encuestas, los deportistas, los locutores y los periodistas se convirtieran en los consejeros de los políticos, y antes de que esos mismos actores de televisión, los encuestadores y las encuestas, deportistas, locutores y periodistas se convirtieran ellos mismos en políticos, antes de esa vorágine de la política, hubo una época en el que los políticos y los estadistas se solían saciar en la fuente de las ideas de los filósofos.

Pero con el tiempo la política se convirtió en el cultivo de tácticas, técnicas y estratagemas destinadas a la conquista del poder. En rigor se trataba de un "arte", pero consistente en manipular los conceptos y los valores para la conquista del poder, sin tener en cuenta el fin, el bien común.
La política se convierte entonces en la lucha entre personas agrupadas en partidos dirigidos a la conquista del poder y una vez instalados en el poder, el partido gobernante ejerce su autoridad para expandir su dominio y su autoridad sobre los demás integrantes de la polis.

Esta búsqueda de poder llevó a elaborar teorías que consideran a la política independiente del bien común. Nicolás Maquiavelo propuso una concepción que aún hoy se puede observar en ciertas actitudes y que es pretender legitimar cualquier conducta o actitud política siempre que ella estuviera en la línea de la defensa o el engrandecimiento del poder. Representa el pensamiento de que el fin (el poder) justifica los medios. De acuerdo a este modo de pensar, la política está obligada a tratarse con este sistema de reglas y de operar de acuerdo a los mandatos maquiavélicos.

En la medida que se mantiene esta posición se sigue una desvinculación del bien común y se toma la utilidad (lo que es útil para el poder) como finalidad. Ya no se dedica el tiempo para la contemplación, sino por el contrario, se lo dedica a la acción, a la actividad, a saciar la sed del apetito del poder.

Como consecuencia de lo anterior, se puede deducir entonces, que la política no pueda ni deba incorporar a sus principios la caridad o el amor hacia el prójimo, pues ello significaría anularse a sí misma, ya que existe esencialmente por la rivalidad, la competencia y el cultivo de la aversión hacia los demás partidos. Por la búsqueda del poder sin importar los medios que se usen.

Esta búsqueda de poder, por el poder mismo, generó el individualismo, el materialismo, el pragmatismo, el ánimo de lucro como motor y principio regulador de la economía, la lucha de clases, el relativismo y el agnosticismo.

Resumimos dos aspectos importantes dentro de lo político: a) está el hombre filosófico cuya función es de ayudar, orientar a la política en su acción, b) está, el hombre político, que en general, (no siempre) ha dejado de lado la filosofía y se ha dedicado únicamente a la búsqueda y conquista del poder.

El pensamiento político, desde siempre, estuvo fundado sobre algo más amplio que la política, se fundó sobre una cierta concepción del ser humano.

Según sea la idea que tengamos del ser humano, de la persona, es decir, según sea nuestra antropología, así será nuestra visión política.
Lo anterior significa que es necesario conocer la verdad sobre la persona y la sociedad y las actitudes auténticas que deben observarse en la comunidad social y política.

Por lo mencionado, es importante y urgente iluminar lo real desde la verdad. Juan Pablo II y después Benedicto XVI, iluminan e ilustran la realidad con una propuesta muy particular: el amor.

Juan Pablo II descubrió que el hombre es sujeto causal de las civilizaciones. El hombre es capaz de originar una civilización, que favorezca el desarrollo integral de la persona humana. También es capaz de crear una civilización inhumana. En este sentido, basta una mirada a sus cartas encíclicas y apostólicas, a sus exhortaciones y a los mensajes que llevó a cada pueblo que visitó, para persuadirse de ello.
Y Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est, (Dios es amor)
Los Papas proponen y promueven la civilización del amor, de esta forma también se procura la paz y la justicia.

Podríamos decir que el amor todo lo puede y sin amor nada se construye, pero construir en el amor es una tarea ardua llena de exigencias.
Un legítimo amor siempre demanda la justicia. No hay acto de amor donde no se le da al otro lo que le corresponde, se lo atropella, se lo denigra, se lo destruye física o espiritualmente, se lo seduce, engaña o halaga para el logro de su propio provecho.

La paz es un don de Dios, pero no se puede alcanzar la paz sin la justicia. No hay justicia (equidad) sin amor. Por eso, del amor nacen los verdaderos movimientos que reivindican los derechos que los otros tienen para crecer en la vida y en el mismo amor. El amor es un principio unitivo. El amor es el fundamento de una nueva antropología y de una nueva civilización.

Una persona constructora de la civilización del amor actuará según ese espíritu y reconocerá en cada persona un sujeto de amor. El amor verdadero hace imposible la situación de deshumanización. El amor no se puede restringir a la esfera de lo privado. Hay que vivirlo juntamente en lo privado y en lo público: razón por la cual no se puede dejar de lado la justicia. Es importante entonces, saber dar al otro lo que se le debe en justicia mediante gestos y palabras que descubran la solidaridad del amor. Porque solo el amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.

Para crear la civilización del amor, se necesita la colaboración de cada persona. A medida que los hombres actúen según su recta conciencia, irán desapareciendo las estructuras injustas, las estructuras de pecado, dirá el Papa. Se irá gestando la civilización del amor

Es importante esbozar, en una época marcada por la absolutización del mercado, en donde todo se comercializa, inclusive hasta lo más sagrado, una renovación de la política, economía, de la educación, de la salud, etc. para que evolucione hacia una política, una economía, una educación, una salud, etc. con justicia social con equidad, penetrada en su raíz por el amor.

El amor es siempre don y gratuitamente dado.
Mucho más tendría que decirles, pero por hoy basta.

viernes, julio 08, 2011

PENSAMIENTO PERSONALISTA-COMUNITARIO Y UNIVERSIDAD

PENSAMIENTO PERSONALISTA-COMUNITARIO Y UNIVERSIDAD

Ataliva Amengual

CORPORACIÓN DE PROMOCIÓN UNIVERSITARIA

SUMARIO

Presentación

PARTE PRIMERA
1. Sociedad, instituciones y universidad
2. Supuestos del proyecto social personalista-comunitario
3. Dialéctica y diálogo
4. Igualdad, pluralidad y libertad de expresión en el diálogo
5. Participación en el diálogo
6. Democracia y diálogo
7. Personalismo-comunitario y Cristianismo

PARTE SEGUNDA
1. Universidad y diálogo
2. Diálogo y metodicidad
3. Diálogo metódico y criticidad
4. Diálogo metódico, crítico y complejidad



























PRESENTACIÓN

Los requerimientos de corto plazo que el proceso de reforma impone a los universitarios chilenos han dado como resultado una actitud que podría calificarse de inmediatista. La necesidad de obtener resultados concretos frente a problemas coyunturales tiende a posponer la reflexión teórica sobre el marco normativo que debe informar la acción. Por ello es frecuente escuchar de boca de quienes deben adoptar decisiones de políticas universitarias la queja de que los hechos escapan a la disciplina de un planteamiento riguroso de largo plazo basado en una infraestructura teórica coherente.
Como toda institución social, la universidad no puede ser objeto de reflexión empírica o abstracta, al margen del proyecto histórico social en que se desenvuelve, o del modelo macrosocial abstracto que le sirve de sostén. El Profesor Ataliva Amengual, en una valiosa colaboración para el estudio del problema, propone un modelo globalizante y comprehensivo de la universidad dentro del pensamiento personalista-comunitario, al cual él adhiere. La primera parte de su ensayo constituye una apretada y densa síntesis de los principios fundamentales del personalismo-comunitario en un nivel social global. En la segunda, y partiendo de la base que una relación social verdaderamente humana y liberadora supone una dialéctica de diálogo, se analizan los elementos que tipifican el diálogo universitario: metodicidad, criticidad y complejidad.
El modelo teórico formulado en el trabajo tiene un doble mérito, difícil de lograr simultánemente en elaboraciones de este tipo: el de proponer un modelo internamente coherente y armónico, de manera tal que cada uno de sus elementos es a la vez consecuencia y condición necesaria de los otros; y el de contener, no obstante su alto grado de abstracción, principios de cuya lógica se pueden deducir orientaciones concretas de conducta.
El pensamiento personalista-comunitario constituye la visión orientadora de la Corporación de Promoción Universitaria y ello mueve a dar, con el asentimiento del Profesor Amengual, a conocimiento público este ensayo, en la seguridad de que será favorablemente recibido y apreciado por la comunidad universitaria.

PARTE PRIMERA

1. Sociedad, instituciones y universidad

La universidad es una institución social y, por consiguiente, cuando se toma como objeto de reflexión, requiere consideraciones comunes a cualquiera reflexión sobre las instituciones sociales.
Obviamente, cuando ésta se hace en función de un proyecto abstracto de institución se puede, por ficción analítica, poner en paréntesis el contexto social global abstracto en el cual se implica dicho modelo institucional.
Aun en el nivel de reflexión abstracta, la institución, considerada en primera instancia en sí y desvinculada del sistema o modelo social, debe concebirse en segunda instancia vinculada al sistema social abstracto en la medida que se quiera mostrar la conveniencia del modelo institucional –en este caso la universidad- con el modelo social en el cual se concibe como elemento componente.
De lo anterior se sigue que, hasta en un nivel de reflexión abstracto, es inexplicable la conveniencia de un modelo universitario al margen de la concepción de un modelo social, pues la posibilidad de explicación en abstracto requiere la postulación de que la institución, elemento componente de un modelo social, se manifiesta adecuada a dicho modelo abstracto.
Cuando el proyecto o modelo de universidad pretende ser histórico, se requiere también mostrar su compatibilidad con determinado proyecto histórico social.
Los proyectos históricos-sociales pueden ser identificados a través de las conductas o acciones de los grupos que actúan histórico-socialmente y por los productos de esas conductas y acciones. Esos proyectos serán factibles en relación a la capacidad de acción eficaz de tales grupos en determinadas circunstancias.
Hay, pues, una relación dialéctica entre el proyecto de una universidad y el proyecto de una sociedad. En la medida que haya coherencia entre ambos y eficiencia en el grupo que los sustenta habrá posibilidad de que se concrete históricamente.
Aquí analizaremos el proyecto social personalista-comunitario y propondremos un modelo de universidad que sea coherente con aquél. Este modelo universitario coherente con el proyecto personalista-comunitario podría ser llamado modelo
personalista-comunitario de universidad.

2. Supuesto del proyecto social personalista-comunitario

El proyecto social personalista-comunitario, como cualquier otro proyecto social, supone una concepción del ser humano y de las relaciones de los seres humanos.
El proyecto personalista-comunitario es un proyecto social que pretende garantizar la humanización del hombre, suponiendo que el proceso de humanización del hombre sólo es posible en la medida en que el hombre se vincula humanamente con otros hombres.
Por otra parte, no es concebible para el personalismo-comunitario una sociedad humana sin hombres humanos, es decir sin personas. Este punto de partida del personalismo-comunitario coincide con las acumulaciones que hasta el presente han logrado las ciencias sociales, en especial la antropología sociocultural, la sociología, la psicología social, así como la psicología individual. Estas disciplinas muestran que el hombre que puede ser objeto de contrastación empírica es siempre un hombre en grupo. El ser humano y el grupo se constituyen dialécticamente.
También se podría argumentar que los animales muestran una dialéctica a través de la cual los individuos y grupos animales se constituyen. Se podría, aun más, admitir que, en cualquier nivel del universo, en el tiempo y el espacio, es observable una dialéctica estructurante entre los individuos en interacción, sean ellos átomos o seres humanos.
Sin negar lo anterior sino, por el contrario, afirmándolo, puede hacerse notar que en esa dialéctica los individuos al interactuarse y relacionarse constituyen grupos unitarios que muestran un grado de complejidad y adquieren una autonomía que no se presentaban cuando los elementos se consideraban aisladamente.

3. Dialéctica y diálogo

Esta dialéctica común entre los elementos del universo adquiere cualidades distintas de acuerdo con la complejidad de los elementos y de las relaciones entre ellos.
En el caso de los seres humanos, esta dialéctica tiene una característica que la tipifica cualitativamente: es diálogo. La dialéctica típicamente humana es una dialéctica dialógica. El hombre se constituye en humano, se personaliza por el diálogo. Adquiere conciencia de sí y conciencia de su conciencia, es decir, reflexiona como efecto de la actualización de sus potencialidades de diálogo. Pero también el grupo de hombres adquiere características de grupo sociocultural por la actualización del diálogo a través de la comunicación simbólica exclusiva del hombre. Así pues, el diálogo constituye a la persona y a la sociedad.
El personalismo-comunitario afirma simultáneamente la persona y la sociedad, y niega la afirmación de uno de los términos con exclusión del otro.
La negación del individuo humano, de la persona, o la negación de la sociedad humana, llevaría al desconocimiento de la dialéctica a través de la cual el hombre se humaniza, se personaliza y el grupo de transforma en humano, en grupo de personas, en grupo socioculural. Así, el derecho a realizarse plenamente como hombres requiere del diálogo con personas.

4. Igualdad, pluralismo y libertad de expresión en el diálogo

La exigencia y ese derecho ya aludidos son iguales para todos, pues no puedo yo personalizarme si los otros no se personalizan. Es aquí donde se patentiza que mi posibilidad de plenitud humana es radicalmente indivisible de la plenitud de los otros y de la posibilidad del diálogo entre todos.
En otras palabras, el hombre sólo puede tender a su plenitud en una común unión con los otros, en comunión, en comunidad. Los hombres se comunican, constituyen una comunión humana a través del diálogo. Esta común unión en el diálogo tiene su máxima perfección en la amistad, en el amor. En la comunión de amor, el hombre no “está” con otros sino que “es con otro”; y como el perfeccionamiento implica un dinamismo, deberíamos decir, el hombre “es-siendo-con-otros”. El diálogo es siendo con otro y su máxima perfección es el amor.
Es en esta situación de siendo con otro en el amor donde el otro se transforma en mi hermano y donde la igualdad en el diálogo hace de él un diálogo fraternal. El ser en común con mi otro igual hace que la sociedad sea una común unidad, una comunidad. Aquí es donde surge el concepto de bien personal-común, pues no hay otro camino para mi bien que el bien común de todos.
Sólo trabajo para mi bien cuando trabajo para el bien de todos, para el bien común. Por eso el personalismo-comunitario afirma que el proceso de concientización es impensable fuera de una dialéctica dialógica, como el proceso de liberación sin la solidaridad.
De lo anterior se sigue la afirmación de que la sociedad humana debe instaurarse sobre un régimen pluralista en que se garantice la libertad para expresar y comunicar públicamente el pensamiento, de tal modo que la multiplicidad de concepciones del hombre y la sociedad posibiliten, a través de la dialéctica dialógica, el perfeccionamiento de la persona y la sociedad.
Esta afirmación de pluralismo no debe entenderse como un régimen que sostiene por igual los derechos de toda concepción religiosa, filosófica y política, pues, si así fuera, la afirmación del pluralismo permitiría la afirmación de su contradictoria, esto es, del monismo totalitario; esto además de ser una contradicción lógica, haría a la larga impracticable el pluralismo y, especialmente, la actualización del derecho de la persona a la búsqueda libre del conocimiento y la verdad. Por eso el personalismo afirma la necesidad de estructurar las relaciones de la pluralidad en la libre comunicación pública, en el diálogo, en que todos se perfeccionan en común.
De aquí que la afirmación del pluralismo en la teoría y en la praxis conlleve la negación del totalitarismo y en la teoría y en la praxis como requisito para un diálogo de la pluralidad.
Por otra parte, para el personalismo-comunitario, la afirmación del pluralismo no puede concebirse fuera del diálogo, pues el perfeccionamiento de la pluralidad de individuos no se puede realizar fuera de la comunidad que la comunicación dialógica constituye. Una pluralidad sin diálogo es la negación de la persona y de la comunidad. Una pluralidad sin comunidad –sin común unidad, sin diálogo- es la anarquía social y una pluralidad de monólogos, es el solipsismo esquizoide del individuo y el camino de su desintegración. Por otra parte, una comunidad sin diálogo es la masificación totalitaria de la sociedad y la deshumanización del hombre.
Por lo tanto la pluralidad en diálogo es la única realidad que permite acoger en una común-unidad, la pluralidad y la diversidad. Frente al simple pluralismo anárquico o el monismo totalitario, la pluralidad en diálogo común es la respuesta del personalismo-comunitario.
Si bien la postulación del pluralismo es una necesaria reacción contra los despotismos, ya sean de la mayoría o de la minoría, es una reacción insuficiente, pues el derecho de la pluralidad es un derecho al diálogo y, por lo tanto, a oponerse a toda dialéctica que impida el diálogo, ya sea por los medios o los fines de la acción.
El sujeto depositario del derecho al pluralismo es la persona en comunidad. Por eso, en comunidades donde no se reconocen los derechos de las personas, no hay diálogo. Tampoco hay diálogo cuando los hombres son incapaces de vivir en comunidad o cuando quieren destruirla. En ambos caso hay pluralismo pero no hay diálogo. Sólo en una comunidad donde el derecho de la persona al diálogo puede ejercerse libremente puede esperarse que el hombre sea responsable respecto de su prójimo.
Un logos imposibilitado de diálogo, un pensamiento sin posibilidad de comunicación, es una ilusión. Y una dialéctica sin logos, una dialéctica al margen del pensamiento, es una regresión a estadios prehumanos. La comunicación, el diálogo, es entre personas y es la pluralidad de personas la que tiene el derecho al diálogo. Toda doctrina o ideología que atenta contra el derecho al diálogo de la pluralidad de personas, todo monismo totalitario en la teoría o en la praxis, por consecuencia, debe ser excluido en la teoría y en la praxis por quien afirma el pluralismo.

5. Participación en el diálogo

Si el diálogo es el modo típicamente humano en que el hombre se constituye en humano, en persona, y la colectividad en comunidad sociocultural, entonces el primer e inalienable derecho es el de la participación en el diálogo; de donde se sigue que todo proceso dialéctico entre los hombres que impida o subordine la dialéctica propiamente humana, es decir, el diálogo, es un atentado a la posibilidad de ser, de perfección del
hombre-comunidad.
Este derecho es fundamental y anterior a todo derecho positivo sobre la igualdad y la participación. El derecho al diálogo es la manera de interpretar los derechos individuales en un contexto de solidaridad en el que sea imposible reivindicar los derechos individuales sin, al mismo tiempo, hacerse responsable del bien común. El diálogo es el derecho y el deber.
Ahora bien, la única posibilidad de ser responsable es participar en el diálogo. Por eso cuando actualmente se reclama mayor participación en las responsabilidades, en las decisiones, se está exigiendo el reconocimiento del derecho fundamental al diálogo, como único modo de participar libremente y de comprometerse humanamente en la perfección de la solidaridad, del bien común. La afirmación del derecho de participar en el diálogo como iguales es la afirmación de la libertad para ser, dado que el hombre es comunidad y la comunidad sólo es humana cuando constituye una dialéctica dialógica entre hombres.

6. Democracia y diálogo

Las reflexiones anteriores permiten comprender el profundo sentido de “el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo” como así también la concepción de la democracia como “comunidad de hombres libres”. Es en el diálogo que se constituye y perfecciona la democracia. Por eso las normas para establecer y perfeccionar la relación de los hombres en una dialéctica dialógica no son límites sino realización de la libertad solidaria de la persona en comunidad humana.
En esa actividad, que es mi trabajo, mi tarea a través de la cual me perfecciono y colaboro solidariamente a la perfección de los demás, se constituye la comunidad. Todos los que trabajan en algo para el bien de todos forman la comunidad. En la solidaridad de las comunidades de hombres en comunidad se conforma la sociedad: comunidad de comunidades. Cuanto más compleja es la comunidad de comunidades, cuanto más elementos y relaciones se dan, mayor es la perfección, mayor es la posibilidad de solidaridad de esa sociedad.
Los análisis anteriores muestran que es a través de una dialéctica dialógica como el hombre perfecciona su conciencia y su libertad. Cuanto mayor es el número de seres que participan en ese diálogo y mayor el número de relaciones que se establecen entre ellos, mayor es la posibilidad de perfección; mayor es la conciencia solidaria de todos y cada uno. Pero es obvio, también que no cualquiera relación perfecciona a la persona y a la comunidad. Por eso, todos y cada uno debe enfrentar críticamente las relaciones que los implican dialécticamente, para elegir entre ellas las que hacen a las personas y a la comunidad más conscientes y más libres; las relaciones que perfeccionan el proceso de diálogo concientizador y de solidaridad liberadora; los procesos, en fin, donde inseparablemente se perfeccionan la autonomía solidaria y la solidaridad libre y liberadora.
Libertad, igualdad y fraternidad, pluralismo y comunidad, son conceptos que sólo se interpretan correctamente a la luz de relaciones dialéctico-dialógicas. El gobierno de todos, para todos y por todos supone el diálogo de todos, para todos, y por todos.
De ahí que una verdadera democracia supone el diálogo en la comunidad de hombres libres y diálogo libre de las comunidades en comunidad solidaria. Por ello sólo en la afirmación indisoluble de la persona y la comunidad se expresa adecuadamente la democracia. La democracia es la concreción en las relaciones sociales del personalismo comunitario.

7. Personalismo comunitario y cristianismo

El personalismo comunitario, tal cual se ha tratado de explicitarlo aquí, es un humanismo, pero se diferencia de otros humanismos en su inspiración evangélica. El Evangelio es el anuncio de que Dios es amor, que a través de la Encarnación de su Hijo el Verbo, el Logos entra en diálogo con los hombres. Es a través del Logos que se establece la relación entre Dios y el hombre. La relación del hombre con Dios es “dia” (a través del) “Logos”. La fraternidad con su Hijo, el Logos, nos hace hermanos entre sí, hijos del Amor y participantes del misterio de la comunidad divina, del misterio de la Trinidad, de un Dios que es tres personas y un solo Dios. Es a la imagen de ese Dios trinitario, Uno y Trino al mismo tiempo, que los hombres hemos sido hechos. Los hombres, imagen y semejanza de Dios, son personas en la comunidad y comunidad de personas. Es través del Logos, dia Logos, que somos redimidos de la des-unidad y entramos en la común-unidad del Dios Uno y Trino.
Pero esa comunidad con el Dios que es Amor se realiza desde ya, aunque de manera imperfecta, en la medida que amamos a nuestros hermanos, los demás hombres, porque “Si alguno dijere: Amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente” (I Juan 4, 20). El Dios Uno y Trino que nos revela el Evangelio es el modelo perfecto en el cual se armoniza la libertad de las personas en el amor de la comunidad. Es en la tentativa de identificarse con su Dios desde ya que los cristianos tienden a armonizar en la historia la tensión entre la libertad individual y la solidaridad comunitaria
El Evangelio es la afirmación más profunda, en la historia, de la libertad del hombre. El mismo Dios que crea al hombre libre, lo respeta en su libertad a costa de su vida. Y, asimismo, es la afirmación más rotunda de la solidaridad humana. Basta para ello reflexionar sobre el pecado original y la redención en la Iglesia, en el pueblo de Dios, la comunidad, para que ello se patentice.
Jesús, tal cual lo revelan los Evangelios, es el modelo de hombre que actualiza, a través del servicio, la solidaridad con los hombres. Jesús, servidor del prójimo, se hizo solidario en el proceso de liberación de los hombres hasta el punto de entregar su vida.
Sin duda, sería posible explicitar largamente los fundamentos evangélicos del personalismo comunitario, pero no es el objeto de este trabajo. Lo anterior no pretende ser otra cosa que el señalamiento de las raíces evangélicas del personalismo comunitario, y el fundamento ontológico del diálogo para los personalistas-comunitarios.
Las reflexiones anteriores explican la concepción de los personalistas-comunitarios y dan los criterios orientadores de su acción. Entonces se puede comprender por qué el fundamento de esa acción puede llamarse revolucionaria, pues entre una tesis individualista y su antítesis colectivista, los personalistas-comunitarios proponen una síntesis en cuya trascendencia toda dialéctica entre los hombres es asumida en el diálogo.
El personalismo comunitario busca la perfección de la persona en la comunidad de personas, y la perfección de la comunidad en la comunidad de comunidades. Lo anterior se relaciona con el fin perseguido y es inseparable de la concepción de los medios adecuados para ese fin. No cualquier dialéctica entre los hombres los hace más humanos; sólo en el diálogo, la dialéctica entre los hombres se transforma en humana y da la posibilidad de perfección humana.




PARTE SEGUNDA
5. Universidad y diálogo
6. Diálogo y metodicidad
7. Diálogo metódico y criticidad
Diálogo metódico, crítico y complejidad

PARTE SEGUNDA

1. Universidad y diálogo

Es obvio que los personalistas- comunitarios cuando conciben la universidad lo hacen en el marco conceptual-valorativo antedicho. La eficiencia en la acción exige una coherencia entre los objetivos por perseguir y en los medios a usar, que supone coherencia lógica entre la concepción de la sociedad y sus instituciones y organizaciones, en este caso, la universidad. Por eso, no es extraño que diálogo sea un concepto capital en la concepción de la universidad de los personalistas-comunitarios.
Pero sería insuficiente para caracterizar la concepción de la universidad que sólo se afirmase el diálogo, pues tal diálogo es una afirmación genérica acerca de las relaciones humano-sociales y válida para cualquier institución social. Las instituciones y organizaciones sociales se diferencian entre sí por el objeto y el modo o estilo de diálogo.
La concepción personalista- comunitaria de la universidad implica todo lo que es general al diálogo humano pero, al mismo tiempo, tipifica el diálogo constitutivo de la universidad con características propias.

2. Diálogo y metodicidad

La primera de las características que tipifica el diálogo universitario es el método. No cualquier diálogo constituye al hombre en universitario, ni a una comunidad en universitaria. El diálogo constitutivo del universitario y la universidad es el diálogo metódico. Es a través de procedimientos racionales que se constituye el diálogo universitario.


Lo anterior no debe hacer pensar que todo diálogo entre universitarios es metódico ni que necesariamente así debiera ser. Hay comunicación dialógica entre los hombres – y, por ende, también entre los universitarios- que no es de carácter racional. En las relaciones comunitarias de las personas hay intuiciones, sentimientos, emociones, etc., que parecen exigir procesos de comunicación no racionales.

El método identifica y distingue al universitario de cualquier hombre y a la universidad de cualquier comunidad humana. Lo que distingue y tipifica al universitario de otros hombres y a la comunidad universitaria de otras comunidades humanas es que someten todo al diálogo racional. Entre los universitarios y en cuanto tales, todo puede ser objeto de diálogo en la medida que se proceda metódicamente. Cuando un grupo de personas se dedica a tratar acerca de cierto objeto de manera metódica, constituye la comunidad disciplinaria. La disciplina es la aceptación de un procedimiento racional para dialogar acerca de un objeto; en otras palabras, es el tratamiento metódico de un objeto.

Los universitarios afirman la necesidad del diálogo metódico no porque sea una seguridad contra el error sino porque es, en cuanto metódico, perfeccionable, porque permite la corrección de las inadecuaciones del conocimiento y hace que a éste progresivamente sistemático.
Si bien es cierto que de hecho no todo diálogo entre los universitarios es metódico, no deja de ser cierto, también, que el cultivo de la disciplina, cuando es riguroso, tiende a crear una actitud en los sujetos y ciertas estructuras en los grupos que favorecen la ampliación de la actividad metódica al tratamiento de todo asunto que acontece entre los universitarios. El esfuerzo por perfeccionar la metodicidad del diálogo constituye el rigor de los hombres disciplinados, de aquéllos dedicados a una disciplina.

Una primera consecuencia general en esta concepción de la universidad de los personalistas comunitarios es el rechazo de la teoría y la praxis de la irracionalidad en el diálogo universitario, es decir, el rechazo de todo intento de imponer cualquier tipo de dialéctica que impida el diálogo metódico. Dicho de otro modo, la afirmación de la disciplina es la negación de la indisciplina; nos negamos a que en la teoría y en la praxis se niegue la posibilidad de una dialéctica dialógica y metódica en la actividad universitaria.
De lo anterior se sigue que el pluralismo de los personalistas-comunitarios defienden en su concepción de la universidad, no es ilimitado; es un pluralismo dentro del diálogo metódico, pero no al margen de él, o en contra de él.

Quien atenta contra el diálogo metódico, atenta contra el pluralismo en la universidad, pues el pluralismo típicamente universitario requiere necesariamente el diálogo metódico. Además, la universidad, cuando se estructura, debe respetar esta exigencia necesaria del diálogo metódico, de la disciplina.
Las unidades académicas deberán, pues, constituirse sobre un fundamento disciplinario y ser la expresión institucional del grupo disciplinario, de la comunidad disciplinaria de trabajo.

Cuando en la universidad se constituyen unidades académicas al margen de este criterio disciplinario de institucionalización, o contrarias a él, se atenta contra la universidad, aunque no se pretenda o se declare ese objetivo. Análogamente cuando se dice que la sociedad es una comunidad de comunidades, los personalistas comunitarios afirman que la universidad es una comunidad de comunidades disciplinarias, es decir una comunidad interdisciplinaria.

Sin la afirmación de la disciplina como característica de las unidades académicas y de la interdisciplina como tipificación de la universidad, ésta y aquéllas no tendrían como distinguirse ni cómo justificarse socialmente. Dado que lo disciplinario es constitutivo necesario de la universidad, se sigue que las decisiones y los beneficios deben ser enfocados en función de las personas en comunidad interdisciplinaria. Así, pues, las estructuras de poder que se orientan a la toma de decisiones y distribución de los beneficios del trabajo deben, si son universitariamente democráticas, representar los intereses de los sujetos disciplinarios, es decir, las unidades disciplinarias, las comunidades de personas dedicadas a un trabajo disciplinario.

La toma de decisiones universitarias en la universidad debe ser siempre política en función de la disciplina o de la interdisciplina, de acuerdo con el nivel de análisis. Cuando las políticas en la universidad se hacen al margen de la disciplina, o contra ella, son políticas que destruyen la universidad.
Lo anterior no debe interpretarse como una vuelta al pensamiento “academicista”; ello sería no comprender lo que se propone. Las unidades disciplinarias y la universidad como comunidad interdisciplinaria tienen, por solidaridad con la comunidad sociocultural a la que pertenecen, la obligación y el derecho a participar autónomamente en ella. La sociedad en la cual participa la universidad tiene derecho a reclamar que ésta se plantee los problemas sociales; pero asimismo, la universidad tiene que afirmar que el tratamiento de esos problemas respete su especificidad, su carácter disciplinario.

El principio de autonomía solidaria que los personalistas comunitarios postulan tiene su aplicación en la universidad de modo adecuado cuando la universidad es autónoma para comprometerse con la sociedad y cuando la sociedad es solidaria con la autonomía de la universidad. Si bien la autonomía no es enajenación por abstracción de la sociedad, tampoco la solidaridad es enajenación de la autonomía de la universidad al Estado o a otro entre social.
Se ha hecho referencia al diálogo metódico, más precisamente a la disciplina, y a como ésta debe respetarse en la estructuración de las unidades académicas, de las estructuras de poder en la universidad y en las relaciones entre universidad y sociedad. Queda por señalar la importancia de la reflexión sobre la disciplina para concebir adecuadamente los proceso universitarios; entre ellos de manera eminente, los procesos que se nominan funciones universitarias.
Toda la actividad universitaria se funda en el trabajo por lograr un más adecuado conocimiento de la realidad a través del ejercicio del diálogo metódico y, más precisamente, disciplinario.

La investigación metódica sobre determinado objeto funda, se ha visto, la comunidad disciplinarias de trabajo. La investigación metódica sobre un objeto, que realiza un grupo humano cuya institucionalización genera una unidad disciplinaria, es el proceso continuado que permite la acumulación de un conocimiento cada vez más adecuado, y nunca perfecto, de la realidad. Toda investigación disciplinaria debe comunicarse para que sus resultados y los procedimientos a través de los cuales se lograron puedan ser conocidos y controlados públicamente. La publicación del trabajo disciplinario puede hacerse a través de la escritura o en forma oral, o a través de lo escrito y lo oral; pero el lenguaje, sea escrito u oral, a través del cual se comunican los procedimientos y acumulaciones disciplinarias, no es idéntico al lenguaje común de una sociedad. Toda disciplina construye un lenguaje artificial que contiene signos tomados del lenguaje común de la sociedad que en la cual se investiga, pero al cual agrega otros signos y combinaciones de signos que se introducen para expresar ideas peculiares que la disciplina en cuestión. Lo lenguajes disciplinarios se originan, cambian y, conjuntamente, con las ideas disciplinarias; en otras palabras, con las teorías y métodos disciplinarios.

La participación en el diálogo disciplinario requiere el conocimiento del lenguaje disciplinario, pero éste no puede aprenderse al margen de la teoría y los métodos de las disciplina. Ahora bien, como todo lenguaje, también el científico es un proceso social dinámico que requiere participar en experiencias comunes. La participación en el en diálogo disciplinario es el proceso fundamental para constituirse en hombre disciplinado dentro de la comunidad disciplinaria.

Lo precedente funda la dialéctica entre los procesos de investigación y docencia, y los derechos y obligaciones de los sujetos implicados en los procesos de discencia y docencia, en ambos de los cuales participan los profesores y los alumnos.

Las acumulaciones disciplinarias son enteramente conceptuales, si bien los procedimientos de investigación disciplinaria exigen habilidades sólo parcialmente conceptualizadas. De todos modos, la actividad universitaria exige que la comunicación de acumulaciones y procedimientos sean metódica. Lo anterior excluye procedimientos no racionales en la comunicación de las teorías, métodos y habilidades y de los respectivos lenguajes. No cualquier tipo de comunicación es aceptable en la universidad; una docencia metódica es la única aceptable, porque es la única que permite un aprendizaje metódico, el solo camino para lograr una participación en el diálogo metódico, requisito para constituirse en miembro participante de la comunidad disciplinario y en sujeto disciplinado. Cuando alguien ha adquirido La capacidad de ejercer la disciplina, la universidad se lo reconoce públicamente por mención del grado (y, en su caso, el estado por el título).

Dado que el conocimiento disciplinario es parte constitutiva de una cultura y que el derecho de todos los miembros de una sociedad a participar plenamente en la cultura debe actualizarse, la universidad deberá solidariamente cooperar en hacer participar en mayor número posible de personas, de modo directo ( " extensión universitaria ", " extensión cultural "," comunicación social ", etcétera) o indirecto ( formación de profesores de todos los niveles, etcétera ) en el trabajo disciplinario y sus productos. Pero toda actividad que se oriente a hacer que participe el mayor número de personas en la actividad universitaria y sus frutos, no deberá olvidar que la actividad universitaria es diálogo metódico, actividad disciplinaria. Asimismo, todo tipo de compromiso de la universidad y que el universitario como tal es a través de su propia especificidad, es a través del ejercicio disciplinario.

La reflexión anterior no debería ocultar que el hombre universitario no es exclusivamente universitario; en otras palabras, el rol universitario de una persona no agota otra todos los roles sociales de esa persona. Pero tampoco debe olvidarse que la misma sociedad, al promover la formación de una persona en universitaria espera que su trabajo social sea eminentemente universitario. Habrá situaciones de emergencia en que todas las personas de un determinado grupo social, o de una sociedad sean llamadas a ejercer roles que no son los propios en tiempos normales y, en ese caso, se estará frente a una excepción que, como suele decirse, confirma la regla.

Por eso, quienes atacan a la actividad metódica, al trabajo disciplinario, al rigor en los procedimientos, atacan a algo intrínsecamente constitutivo de la universidad y de la actividad del universitario. Toda iniciativa que, de alguna manera, atente, en la teoría o en la praxis, contra la a disciplinariedad en la universidad atenta contra la universidad y el universitario.

3. Diálogo metódico y criticidad

Se señalaba que no cualesquiera relación dialéctica era capaz de perfeccionar a la persona humana y a la comunidad humana y, por consecuencia, que era necesario analizar críticamente las relaciones humano-sociales para elegir la que perfeccionaban al hombre y a la sociedad. Precisamente, para que se produzca esa necesaria crítica social, la sociedad debe constituirse de manera democrática, pluralista y comunitaria.

Así concebida, la crítica se constituye en un factor de perfección al señalar las incoherencias y contradicciones manifestadas en los procesos y estructuras sociales, originando las antítesis sociales y, por consecuencia, promoviendo la dialéctica social, camino para nuevas síntesis que se persiguen suponen más perfectas que las existentes. Esa exigencia de crítica social implicada en la concepción personalista comunitaria, si se pretende ser coherente, debe también implicarse en la concepción personalista comunitaria de la universidad. De ellos se sigue que el ejercicio de la crítica es ejercido en una universidad que se concibe organizada democráticamente. Pero, además, la crítica es exigida por los procedimientos de sus actividades específicas: las disciplinas del conocimiento. Es imposible una dialéctica sin señalamiento de las contradicciones e incoherencias de una tesis; es imposible una dialéctica dialógica sin crítica.

Pero se había señalado un que en la universidad la dialéctica debía hacer dialógica y el diálogo debía ser metódico. Agréguese ahora que el método debe ser crítico. Sin duda, no todos los métodos son igualmente críticos, pero también es verdad que cualquier diálogo que sea metódico es más pasible de crítica que el que no lo es. Por otra parte, cualquiera crítica que sea metódica es más eficaz que la que se realiza sin método. Así, pues, la crítica se favorece con el método y el método es mejor instrumento para la perfección del conocimiento cuando es crítico.

Esta criticidad por ser constitutiva de los métodos disciplinarios, es exigida para la existencia y perfeccionamiento de las disciplinas. Por consiguiente, si la universidad exige el ejercicio disciplinario, deberá posibilitar la crítica disciplinaria; en decir, la crítica metódica. Para que el ejercicio del método y las consecuentes acumulaciones del ejercicio metódico puedan ser objeto de crítica, es necesario y previo que se conozca el método y las acumulaciones de determinada disciplina. Así, los que participan en el ejercicio metódico de una determinada disciplina son los que están capacitados para criticar ese propio ejercicio y las acumulaciones que de él se siguen. La universidad deberá, por tanto, estructurar las relaciones de quienes son capaces de la crítica disciplinaria, de tal modo que ésta se vea garantizada en su habitualidad. Lo anterior se consigue haciendo que quienes se dedican a una misma disciplina se encuentren organizados en una unidad de trabajo, en una comunidad disciplinaria, en donde el ejercicio disciplinario y sus efectos deben ser sometidos adecuada y oportunamente a crítica.

Si se quiere garantizar la crítica necesaria al desarrollo disciplinario, se deberá resguardar que quien profesa una disciplina participe y tenga por sede el grupo, la comunidad de los que se dedican a la misma disciplina. Cuando quien se dedica a la actividad de una disciplina no tiene la crítica de sus colegas, carece del necesario control social de su actividad y, con ello, su ejercicio disciplinario pierde la garantía de la progresiva enmienda de los errores y del perfeccionamiento de los aciertos. Cuando la universidad no garantiza está exigencia de crítica institucionalizada a través de adecuadas estructuras universitarias, se pierde el rigor y se destruye el método y con ello, la disciplina misma.

Lo anterior es claro para la función de investigación y, también, lo que es para un adecuado ejercicio de la función docente, las cuales -cabe reiterarlo- están en relación dialéctica. La posibilidad de que la docencia sea eminentemente enseñanza, conocimiento y ejercicio, de cómo perfeccionar el conocimiento acerca de determinado objeto, y no sólo aprendizaje de acumulaciones ya realizadas por la disciplina, exige al que está en el proceso discente, se encuentre en el proceso mismo de crítica metódica supuesta por el ejercicio disciplinario. Es en la participación del diálogo metódico y crítico, disciplinario, cómo se aprende a trabajar disciplinadamente.

Si bien, líneas antes, se ha afirmado la relación dialéctica entre docencia e investigación -la cual se reafirma- no debe entenderse, sin embargo, que ello implica identificar los procesos de investigación y docencia; ambos, estando íntimamente relacionados, son distintos.

Asimismo, esta criticidad a que se hace referencia tiene sus consecuencias para la relación de la universidad los demás grupos y organizaciones sociales y respecto de la sociedad toda. Se decía, en página anterior, que todo tipo de compromiso de la universidad con la sociedad debe actualizarse a través de un diálogo metódico. Ahora se debe agregar que ese compromiso, además de metódico, debe ser crítico. La universidad debe ser crítica para comprometerse y no puede actualizar ningún compromiso que no le permita a ser crítica, pues ello la enajenaría y la haría atentar contra sí misma.

La criticidad como exigencia intrínseca de la actividad universitaria es lo que funda el derecho de la universidad a la autonomía. Sin autonomía es imposible, en teoría y más aún en la praxis, el ejercicio de la crítica. Y, por lo anterior, se ve claro que la posibilidad de una auténtica universidad no se da al margen de la posibilidad de una sociedad democrática. Este problema de la autonomía universitaria, normalmente se hace patente en las relaciones entre determinado Estado y la universidad y es habitual que se manifieste con especial apariencia con motivo del financiamiento universitario. Si bien este aspecto financiero es muy importante, no es menos cierto que sólo es una condición necesaria. La autonomía financiera condiciona la autonomía necesaria para la criticidad, pero es incapaz de crearla. Más aún y sin ánimo de generalizar, es posible observar muchas veces que la ausencia de autonomía financiera vuelve más crítica a la universidad, aunque también es cierto que suele ser una crítica reactiva y reinvidicativa. Es pues fundada en su autonomía que la universidad se compromete críticamente con la sociedad; compromiso crítico para satisfacer las demandas de modo específicamente universitario, pero también para crear necesidades y demandas sociales inexistentes.

Por otra parte, necesario es señalar que está crítica debe ejercerse también, y fundamentalmente, como autocrítica. Esta autocrítica debe ser igualmente metódica y, además, ha de estar institucionalmente garantizada. Instancias institucionales como el claustro y el consejo superior o senado académico son apropiadas para la autocrítica de la universidad como tal; instancias como consejo de unidad, o instancias análogas, son apropiadas para la autocrítica de las comunidades disciplinarias, etcétera. Quizá sería necesario crear instancias en que los universitarios puedan tomar en la universidad y las comunidades de trabajo, como objeto de reflexión crítica y metódica que les permita transformar su vivencia universitaria en experiencia reflexionada. En la medida en que esta autocrítica sea comprendida en su verdadera significación, aparecerá menos relevante hablar de proceso de reforma de la universidad como si fuese una innovación marginal al proceso mismo del quehacer universitario. En realidad, podría pensarse que hablar de un proceso de reforma de la universidad es reconocer que se ha perdido la universidad y, entonces, ya no se trata de reformar la universidad sino de recuperarla, de reoriginarla.

4. Diálogo metódico crítico y complejidad

Se decía que el diálogo era necesario para concebir la universidad, pero que, a la vez, era insuficiente para distinguir de otra institución social. Asimismo, debe decirse que el método y la criticidad metódica son también necesarios para concebir la universidad, pero insuficientes para distinguirla de otra institución disciplinaria como, por ejemplo, un instituto de ciencia, o de filosofía, u otra institución disciplinaria o multidisciplinaria.

Hay una característica que agregar al diálogo metódico y crítico, para identificar a la universidad; a ella la nombraremos complejidad. De alguna manera, la complejidad hace que el diálogo, metódico y crítico, acceda a una nueva forma de ser. Esta exigencia de complejidad surge del intento de aprehender, de conocer la realidad en su universalidad, es decir, en la unidad de lo múltiple; en otras palabras, sintéticamente. Por otra parte, este exigencia de complejidad se enraíza en la necesidad de posibilitar el perfeccionamiento de la persona a través del conocimiento y en todas las dimensiones afirmando su identidad frente a la diversidad.

De aquí que la universidad no es simplemente el conjunto de disciplinas ni de conocimientos especializados, ni el universitario meramente un especialista. La investigación propiamente universitaria es la que surge de la actividad interdisciplinaria donde, a través de un diálogo entre todas las disciplinas, se obtiene un conocimiento complejo y provisoriamente sintético de la realidad. Esta exigencia de complejidad funda la necesidad del trabajo teórico en la universidad con intensidad especial, pues sólo un profundo y continuado trabajo teórico, en el más alto grado de abstracción, posibilita la unidad de la diversidad en una síntesis.

Una especial mención habría que hacer acerca de la gran importancia que tiene el enfrentar de manera rigurosa y permanente los problemas que plantea el diálogo interdisciplinario; pues sólo a través de la creación y perfeccionamiento de procedimientos racionales de comunicación entre las disciplinas se puede asegurar el diálogo interdisciplinario. La universidad debería institucionalizar una instancia en que los problemas de la comunicación interdisciplinaria fuesen objeto de estudio metódico y permanente, instancia instrumental, pero sine qua non para la actividad interdisciplinaria.

Es en la interdisciplina que hace actualiza la solidaridad de las diversas comunidades disciplinaria que constituyen la universidad. La interdisciplina es una actividad propiamente de la universidad como un todo. Aquí habría que mencionar ciertos problemas y ciertas soluciones que se han planteado con motivo del ejercicio interdisciplinario en la universidad. Dada la complejidad que implica el diálogo interdisciplinario y de todas las disciplinas presentes en la universidad, se le han buscado soluciones intermedias, entre las cuales hay dos que cabe señalar: los centros interdisciplinarios y los institutos o escuelas interdisciplinarias.

El centro se caracteriza por efectuar un diálogo interdisciplinario sobre un objeto determinado, entre personas dedicadas a diversas disciplinas. Es el objeto del estudio el que funda la unidad de del centro, a diferencia de las unidades disciplinarias en donde la disciplina es lo que las identifica. Para resguardar el necesario control social que exige el ejercicio disciplinario, las personas que constituyen el centro, no dejan de pertenecer a su unidad disciplinaria. El que se estudie interdisciplinariamente un determinado objeto es una decisión dependiente de una política de investigaciones que, como toda política, tiene sus limitaciones en el tiempo y de acuerdo con las circunstancias. De lo anterior se sigue que o un centro, de por sí, no es permanente, aunque es obvio que tiene necesidad de la estabilidad que la eficacia del estudio requiere.

Distinto es el caso de las unidades interdisciplinarias. Estas se fundan no en el objeto de estudio si no en la analogía de las disciplinas que unifica. Así, por ejemplo, puede concebirse un instituto de ciencias sociales, en que disciplinas como la sociología, la ciencia política, la antropología, y otras, pueden constituirse en una unidad para complementarse mutuamente en el estudio de la realidad social. En este caso, la unidad puede ser permanente en la medida que se funda en un proceso de creciente convergencia entre las disciplinas y en que el conocimiento metódico y crítico de la realidad social logra mayor adecuación a ésta. Estas instancias intermedias en la tendencia al conocimiento interdisciplinario complejo no son, sin embargo, alternativas respecto de la exigencia de complejidad intrínseca y propia de la universidad. Más que como alternativas, deben ser consideradas metas respecto de un objetivo. Este problema relacionado con la característica de complejidad tiene suma importancia para la consideración del volumen óptimo de una universidad, pero será cuestión que no se abordará aquí.

La característica de complejidad de la universidad no sólo tiene relación con la investigación; también, la docencia se ve tipificada por la complejidad, si es auténtica docencia universitaria. Este problema ha dado origen a la experiencia del llamado " currículo flexible". El currículo flexible quizás pueda tener ventajas respecto del tradicional currículo disciplinario relativamente fijo y especializado. Sin embargo, pienso que la flexibilidad no satisface la exigencia de complejidad, aunque en cierto grado puede ser una condición para obtenerla.

El problema no es sólo que el alumno pueda ejercitar su libertad en la elección de los cursos que toma; lo anterior es necesario, pero no es suficiente. La capacidad de ejercer metódicamente la crítica al interior de una disciplina o de varias, no satisface los requerimientos de una formación compleja. Es necesario que el estudiante sea capaz de someter a crisis los supuestos de la o las disciplinas que ha elegido estudiar. Esta capacidad de someter a crisis los supuestos teóricos y metódicos debe ir acompañada de la capacidad de criticar las aplicaciones de las disciplinas y sus consecuencias sociales. Esto parece ser el mínimo para distinguir a un hombre que profesa una o varias disciplinas, de un universitario.

Lo anterior hace patente que un currículo que pretende satisfacer esa exigencia de complejidad debe requerir que el alumno estudie ciertas disciplinas que no se encuentran incluidas en el área a la cual piensa dedicarse con énfasis. Así, pues, la flexibilidad está limitada por la exigencia de complejidad. Es dentro de esos límites que cabe afirmar la flexibilidad como un requisito de que el alumno ejercite su libertad de elección que le permita desarrollarse de acuerdo con las peculiaridades de su personalidad. Lo anterior es un requisito para que la universidad pueda cumplir con su obligación de formar personalidades críticas y capaces de enfrentamientos complejos.

El problema de la determinación de las áreas de conocimiento en función de la complejidad es uno que se deja para a otra oportunidad, pues exigiría una relativa extensión y complejidad en su tratamiento que podría ser disfuncional para los fines del presente trabajo.
Finalmente, cabe hacer algunas consideraciones acerca de la relación entre la universidad contexto social, a la luz de la exigencia de complejidad. Ya se han señalado algunos fundamentos de la exigencia de complejidad a los cuales es del caso agregar el que surge de la necesidad de considerar complejamente los problemas de una sociedad. El tratamiento parcial de la realidad, aunque sea metódico y crítico, no permite superar la abstracción del análisis. El hombre con una visión parcializada, o el grupo social con una visión analítica o incompleta la realidad, queda ajeno a la realidad del universo, a la complejidad de lo real; en otras palabras, queda enajenado. La sola criticidad no garantiza la liberación de la persona o del grupo social, si ella no es y produce una visión compleja. Es en la unidad de la síntesis que el hombre supera la enajenación y las contradicciones, liberándose.

Pero, asimismo, en la actitud de permanente crítica que hace que toda síntesis sea intrínsecamente precaria, el hombre asegura su progresiva liberación. Es en la complejidad y la crítica metódica que el universitario asegura el dinamismo dialéctico del diálogo en el cual se constituyen él y la universidad.

De este modo, diálogo-metódico-crítico-complejo es la expresión asertiva del proceso constitutivo del universitario y de la universidad. Esta expresión guionada que es una unidad; ninguno de sus elementos debe estar ausente y todos deben ser considerados en relación sistemática, si se quiere comprender adecuadamente esta concepción de la universidad.


Se terminó de imprimir en la Sala Gráfica de CPU, Avda. Miguel Claro 1460, Santiago, Chile, el 14 de septiembre de 1972.

miércoles, julio 06, 2011

AMOR Y POLÍTICA
Ataliva Amengual

Con amor para María José y Mauricio, unidos por el amor.

“La violencia entró a mi vida destrozando lo que más amaba. Porque fui víctima del odio, he consagrado mi vida a revertir ese odio y a convertirlo en comprensión, tolerancia y –¿por qué no decirlo?– en amor”. Michelle Bachelet en su discurso de asunción como Presidenta de Chile.

(Las negritas y subrayados, en adelante, son míos)
El carácter social del hombre lleva a acceder a comunidades que trabajan buscando el bien común. Así aparece la política como elemento que recoge todos esos esfuerzos que buscan el bien común, pero lamentablemente constatamos que en muchos casos hoy la vida política se convierte en asegurar el bien común de unos pocos: de los que llegan a poder. Y, sin embargo, la política y nuestra participación en ella es consustancial a nuestro ser de personas humanas. Lo social y lo político es algo humano y la persona es su fundamento.
De allí que sea importante redescubrir a la persona como eje de la dinámica social y política.
Lo esencial de la persona y la sociedad (en sus aspectos políticos, económicos, educacionales, etc.) natural y sobrenaturalmente es el amor.
La persona humana necesita la vida social y política. Estas no constituyen para ella algo sobreañadido sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio con otros, la reciprocidad de servicios y el diálogo con sus hermanos, el hombre desarrolla sus capacidades; así responde a su vocación (cf Gaudium et spes 25, 1, en el futuro GS). (Catecismo de la Iglesia Católica n° 1879, en el futuro CIC)
Ahora bien, lo social al ser una propiedad del hombre, consiste en un obrar o hacer juntos. Vale decir, en una practica común o colectiva que tiende a un fin.
Desde los grupos sociales primarios (familia, pequeñas comunidades, etc.) a partir de los cuales se forman estructuras sociales mayores (sindicatos, empresas, partidos políticos, iglesias, etc.), el fin de la vida social y al cual debe dirigirse todo, es el bien, más precisamente: el bien común.Todo grupo social tiene como principio de ordenación final, el bien común.
Por bien común, es preciso entender ‘el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección’ (GS 26, 1; cf GS 74, 1). El bien común afecta a la vida de todos. Exige la prudencia por parte de cada uno, y más aún por la de aquellos que ejercen la autoridad (CIC, n° 1906)

El bien común comporta tres elementos esenciales:

Supone, en primer lugar, el respeto a la persona en cuanto tal. En nombre del bien común, las autoridades están obligadas a respetar los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. La sociedad debe permitir a cada uno de sus miembros realizar su vocación. En particular, el bien común reside en las condiciones de ejercicio de las libertades naturales que son indispensables para el desarrollo de la vocación humana: ‘derecho a... actuar de acuerdo con la recta norma de su conciencia, a la protección de la vida privada y a la justa libertad, también en materia religiosa’ (cf GS 26, 2). (CIC 1907) en otras palabras los derechos humanos.
En segundo lugar, el bien común exige el bienestar social y el desarrollo del grupo mismo. El desarrollo es el resumen de todos los deberes sociales. Ciertamente corresponde a la autoridad decidir, en nombre del bien común, entre los diversos intereses particulares; pero debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información adecuada, derecho de fundar una familia, etc. (cf GS 26, 2) (CIC 1908)
El bien común implica, finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad asegura, por medios honestos, la seguridad de la sociedad y la de sus miembros. El bien común fundamenta el derecho a la legítima defensa individual y colectiva. (CIC 1909)
Si toda comunidad humana posee un bien común que la ordena en cuanto tal, la realización más completa de este bien común se verifica en la comunidad política.
No hay que olvidar que la orientación efectiva de la vida social la determina la política.
Corresponde al Estado defender y promover el bien común de la sociedad civil, de los ciudadanos y de las instituciones intermedias. (CIC 1910).
Mediante el poder se debe buscar el bien común, y con él, la paz.
Del desorden respecto al fin verdadero y de la correlativa dirección hacia un bien aparente procede, por lo tanto, la injusticia del poder, es decir su desprestigio como conducta valiosa y como fuente de bien común para los demás miembros de la polis. (De ahí el desprestigio de la política y los políticos)
La paz social es una unión amistosa fundada en el querer del bien común y por la justicia. La paz verdadera es fruto del amor, el bien más grande.Antes de que los actores de televisión, los encuestadores y las encuestas, los deportistas, los locutores y los periodistas se convirtieran en los consejeros de los políticos, y antes de que esos mismos actores de televisión, los encuestadores y las encuestas, deportistas, locutores y periodistas se convirtieran ellos mismos en políticos, antes de esa vorágine de la política, hubo una época en el que los políticos y los estadistas se solían saciar en la fuente de las ideas de los filósofos.
Pero con el tiempo la política se convirtió en el cultivo de tácticas, técnicas y estratagemas destinadas a la conquista del poder. En rigor se trataba de un "arte", pero consistente en manipular los conceptos y los valores para la conquista del poder, sin tener en cuenta el fin, el bien común.La política se convierte entonces en la lucha entre personas agrupadas en partidos dirigidos a la conquista del poder y una vez instalados en el poder, el partido gobernante ejerce su autoridad para expandir su dominio y su autoridad sobre los demás integrantes de la polis.
Esta búsqueda de poder llevó a elaborar teorías que consideran a la política independiente del bien común. Nicolás Maquiavelo propuso una concepción que aún hoy se puede observar en ciertas actitudes y que es pretender legitimar cualquier conducta o actitud política siempre que ella estuviera en la línea de la defensa o el engrandecimiento del poder. Representa el pensamiento de que el fin (el poder) justifica los medios. De acuerdo a este modo de pensar, la política está obligada a tratarse con este sistema de reglas y de operar de acuerdo a los mandatos maquiavélicos.
En la medida que se mantiene esta posición se sigue una desvinculación del bien común y se toma la utilidad (lo que es útil para el poder) como finalidad. Ya no se dedica el tiempo para la contemplación, sino por el contrario, se lo dedica a la acción, a la actividad, a saciar la sed del apetito del poder.
Como consecuencia de lo anterior, se puede deducir entonces, que la política no pueda ni deba incorporar a sus principios la caridad o el amor hacia el prójimo, pues ello significaría anularse a sí misma, ya que existe esencialmente por la rivalidad, la competencia y el cultivo de la aversión hacia los demás partidos. Por la búsqueda del poder sin importar los medios que se usen.
Esta búsqueda de poder, por el poder mismo, generó el individualismo, el materialismo, el pragmatismo, el ánimo de lucro como motor y principio regulador de la economía, la lucha de clases, el relativismo y el agnosticismo.
Resumimos dos aspectos importantes dentro de lo político: a) está el hombre filosófico (el hombre enamorado del saber) cuya función es de ayudar, orientar a la política en su acción, b) está, el hombre político, que en general, (no siempre) ha dejado de lado al hombre filosófico y se ha dedicado únicamente a la búsqueda y conquista del poder.
El pensamiento político, desde siempre, estuvo fundado sobre algo más amplio que la política, se fundó sobre una cierta concepción del ser humano.
Según sea la idea que tengamos del ser humano, de la persona, es decir, según sea nuestra antropología, así será nuestra visión política.
Lo anterior significa que es necesario conocer la verdad sobre la persona y la sociedad y las actitudes auténticas que deben observarse en la comunidad social y política.
Por lo mencionado, es importante y urgente iluminar lo real desde la verdad. Juan Pablo II y después Benedicto XVI, iluminan e ilustran la realidad con una propuesta muy particular: el amor.
Juan Pablo II descubrió que el hombre es sujeto causal de las civilizaciones. El hombre es capaz de originar una civilización, que favorezca el desarrollo integral de la persona humana. También es capaz de crear una civilización inhumana. En este sentido, basta una mirada a sus cartas encíclicas y apostólicas, a sus exhortaciones y a los mensajes que llevó a cada pueblo que visitó, para persuadirse de ello.
Y Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est, (Dios es amor)
Los Papas proponen y promueven la civilización del amor, de esta forma también se procura la paz y la justicia.
Podríamos decir que el amor todo lo puede y sin amor nada se construye, pero construir en el amor es una tarea ardua llena de exigencias.
Un legítimo amor siempre demanda la justicia. No hay acto de amor donde no se le da al otro lo que le corresponde, se lo atropella, se lo denigra, se lo destruye física o espiritualmente, se lo seduce, engaña o halaga para el logro de su propio provecho.
La paz es un don de Dios, pero no se puede alcanzar la paz sin la justicia. No hay justicia (equidad) sin amor. Por eso, del amor nacen los verdaderos movimientos que reivindican los derechos que los otros tienen para crecer en la vida y en el mismo amor. El amor es un principio unitivo. El amor es el fundamento de una nueva antropología y de una nueva civilización.
Una persona constructora de la civilización del amor actuará según ese espíritu y reconocerá en cada persona un sujeto de amor. El amor verdadero hace imposible la situación de deshumanización. El amor no se puede restringir a la esfera de lo privado. Hay que vivirlo juntamente en lo privado y en lo público: razón por la cual no se puede dejar de lado la justicia. Es importante entonces, saber dar al otro lo que se le debe en justicia mediante gestos y palabras que descubran la solidaridad del amor. Porque solo el amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.
Para crear la civilización del amor, se necesita la colaboración de cada persona. A medida que los hombres actúen según su recta conciencia, irán desapareciendo las estructuras injustas, las estructuras de pecado, dirá el Papa. Se irá gestando la civilización del amor
Es importante esbozar, en una época marcada por la absolutización del mercado, en donde todo se comercializa, inclusive hasta lo más sagrado, una renovación de la política, de la economía, de la educación, de la salud, etc. para que evolucione hacia una política, una economía, una educación, una salud, etc. con justicia social con equidad, penetrada en su raíz por el amor.

El amor es siempre don y gratuitamente dado.

Mucho más tendría que decirles, pero por hoy basta.

Homenaje a Luis Scherz García

Homenaje a Luis Scherz GarcíaAtaliva Amengual
Mayo de 2011

Cuando se comparte una vida es imposible intentar hacer una síntesis, porque inevitablemente quedan infinidad cosas fuera, importantes y secundarias, todas las cuales dieron lugar a esa vida compartida. Eso me sucede con Lucho.
Entendido esto paso a mencionar brevemente dos aspectos iniciales que espero traten otros expositores.

El amigo
No recuerdo el momento del primer encuentro pero sí tengo presente, a la vuelta de Alemania, su primer departamento con Ingrid, cerca del Casino de Viña del Mar.
Al poco tiempo tuve la dicha de compartir un mismo edificio. Estábamos en dos apartamentos cercanos, en el mismo Edificio Liguria.
En esos días teníamos largas conversaciones que hicieron que Ingrid comentara con María Angélica, mi señora, en su alemán-castellano, que estos hombres se pasaban haciendo palabras.
En ese mismo edificio nació Tomás, de quien tengo fotos dando los primeros pasos en la vida ayudándolo con una mano Lucho y la otra yo.

Estábamos, asimismo, juntos en los esfuerzos de Ormeu (Organización de movimientos estudiantiles universitarios) en 1963, predecesora de la actual CPU (Corporación de Promoción Universitaria). Divulgando su tesis de doctorado: Una nueva Universidad para América. Análisis sociológico de la realidad universitaria latinoamericana, a través de escritos, conferencias y seminarios
Nos unimos, asimismo, al esfuerzo de reformar la UCV en 1964, dando conferencias, especialmente a los estudiantes donde diagnosticábamos la situación de la UCV y proponíamos una nueva estructura para dicha universidad. De lo cual deja constancia Raúl Allard en su libro 35 años después, p. 16.
Después de la reforma como Secretario del Senado académico intenté siempre dar testimonio de nuestras mutuas convicciones.
Cuando el se fue a la PUC seguíamos unidos en las tareas de CPU. Y nuevamente nos reunimos para trabajar por la universidad cuando yo me trasladé a la PUC.
Durante el régimen militar Lucho, junto a otros muchos académicos, entre los cuales estaba yo, fuimos expulsados de la PUC.
Exiliados mantuvimos nuestra amistad, después el partió a Europa como embajador

Como testimonio puedo afirmar que nos quisimos y nos queremos profundamente con un cariño fraternal Lucho, Ingrid, María Angélica y yo, a través de todo lo que ha sucedido a lo largo en nuestras vidas.
Es muy difícil encontrar un buen amigo como Lucho, más difícil todavía dejarlo e imposible olvidarlo.
Lucho fue un verdadero amigo fue a la vez un modelo, un consejero un hombre lleno de rectitud y de bondad.
El cristiano
Lucho siempre tuve una profunda fe, sin aspavientos ni grandes manifestaciones.

Tuvo una concepción humanista que se nutre de valores cristianos. Sabía que en la universidad y en una sociedad democrática y pluralista no era la única opción, pero era la que lo movía en la seguridad de garantizar la formación de una sociedad fraternal.
Recuerdo un hecho que da cuenta de la profunda fe y espiritualidad. Cuando fuimos a homenajearlo por su partida como embajador a Europa, el dijo que iba como “embajador de Cristo” aludiendo, sin duda, a San Pablo (2 Cor. 5,20).

Lucho supo conjugar armoniosamente la fe y la razón. Una razón crítica, cultivada, abierta a la trascendencia. Estaba lejos del fideísmo o del racionalismo que hoy, pienso, nos inunda.
Mucho fideísmo o, falta de criticidad todavía en nuestras Iglesias y un marcado racionalismo negador de la trascendencia difundido en nuestra sociocultura laicista. Lucho, además, tenía una férrea y persistente voluntad, demostrada a lo largo de su vida.

(En lo que sigue me permitiré no señalar las fuentes para no interrumpir la exposición, en lo fundamental me serví de los textos del excelente libro: La universidad chilena desde los extramuros de Luis Scherz, cuyo estudio y compilación la realizó José Santos).
Su gran tema la Universidad
De algún modo Lucho siempre estuvo vinculado a la Universidad, desde los 16 años cuando comenzó a estudiar ingeniería química en la Universidad Católica de Valparaíso.
Desde ese momento hasta su muerte sigue con la preocupación de la Universidad

Todo su pensamiento se centra en la dignidad de la persona humana.
Concebía a la persona humana, decía, siguiendo la inspiración de Aristóteles, como un "zoon politikon", esto es, como un animal político caracterizado por el lenguaje y la razón. La razón orientada por altos valores se confunde con el auriga que debe mantener a raya el corcel de la voluntad ciega y al potro de los instintos con el fin de alcanzar su destino. Y no hay que olvidar que el auriga (o la razón misma) debe mirar a las estrellas o al sol de altos valores, de lo contrario será un simple instrumento de sus caballos o de planes reprobables (será una "razón instrumental).
Y sobre la educación en general y en especial de la superior afirmaba:
Inseparable de la pregunta sobre la misión y fines de la educación superior, asimismo del resto de la educación, está el planteamiento de una concepción de la persona humana. Se ha dicho que educar, de acuerdo a su raíz etimológica {educeré) es sacar de la materia prima humana la perfección que en ella se esconde. Es actualizar potencias.
Dicho esto en general sobre toda educación pasemos ahora a la EDUCACIÓN SUPERIOR.
En la juventud, con el cuerpo ya formado y habiendo ya alcanzado un cierto desa¬rrollo psíquico y espiritual, el joven necesita rodearse de otras condicio¬nes que contribuyan a su perfeccionamiento o maduración. Ese ambiente de desenvolvimiento libre, de mayor altura y de repercusión creativa en los dominios sociales y culturales, debe encontrarlo en alguna comunidad de educación superior, especialmente en la universidad, alma mater por excelencia o lugar donde el alma puede alcanzar potencia y resplandor.
En este plano superior de formación no se desea que la persona sea arrastrada por un adiestramiento profesional sin contrapeso que la lleve a estructurarse de manera unilateral. No se busca solo un hombre teorético, ni económico, ni técnico, ni mera¬mente estético, no solo religioso, ni exclusivamente un práctico social. No se requiere un hombre que sea solo una parte de sus potencialidades. Se busca que la persona alcance el máximo posible de plenitud. Se apunta a una persona integral, donde la especialidad se inserte en un contexto amplio y humano. Esta formación no pretende activar solo el intelecto del educando buscando exclusivamente abrirle las puertas del pensamiento abstracto y de la síntesis creadora (más allá de la mera erudición acumulativa). También queremos tocar su corazón de modo que su generosidad contribuya a consolidar la dimensión fraternal de una cultura comunitaria.
La universidad, no es primordialmente un instituto de investigación científica per se, ni una escuela de preparación de profesionales, ni un altoparlante de extensión cultural o un museo.
Hemos dicho lo que no es, digamos ahora lo que es, según el pensamiento de Lucho: la universidad es una comunidad de profesores y estudiantes que busca reflexivamente, en una actividad de convergencia de sa¬beres (universidad=versus unum) y de conocimiento crítico y creciente de la realidad, la realización personal plena y, como derivación de ello, la orientación de los grandes procesos de cambio social y cultural.
La universidad es para Lucho el derecho de la humanidad para buscar sin constreñimiento, la perfección, la verdad, el saber.

Supuesto lo anterior, los educandos de la universidad de variada especie: son, con diferencias de nivel, los profesores, los estudiantes e, incluso, los funcionarios de su administración, quienes se encuentran habitualmente estimulados por la atmósfera académica.
En la universidad el espíritu humano, siguiendo su natural inclinación, tiende a tomar contacto con la totalidad de la reali¬dad, en actitud que puede denominarse "filosófica". Actitud que concurre a orientar el quehacer científico y a mostrar su impor¬tancia formativa, posibilitando un diálogo crítico y el pluralis¬mo de posiciones. Pluralismo que es un producto natural y continuamente fluctuante de un proceso dinámico que apunta a la verdad sin cerrar caminos. Brevemente digamos que la esencia de lo académico está en la búsqueda permanente de la verdad.

Lucho tenía plena conciencia de que los esquemas tipológicos no le hacen estricta jus¬ticia a la realidad, sin embargo, le resultaba didáctico dejar a firme el dilema "uni¬versidad del espíritu o universidad del poder" y, además, carac¬terizar someramente ambos tipos de universidad.

La universidad del espíritu apunta a la búsqueda de la ver¬dad definiéndose por el cultivo de la ciencia y la filosofía en íntima hermandad. Se constituye en ámbito comunitario del ocio (en sentido clásico), donde se hace posible el encuentro de persona consigo misma y con realidades que la trascienden.
Es la casa de la utopía, constructora de nuevos caminos de humanización y orientadora de los procesos de identificación cultural de un pueblo. Aparece como gran mediadora entre el mundo y el hombre; abriendo la persona al mundo y en un movimiento pulsante, enriquecedor, proyectándola creativamente en el mundo, en el suelo cultural.

Veamos ahora como concebía la relación entre la sociedad y la universidad.
En la concepción de universidad que estamos esbozando, la universidad en su misión de alma mater y, digamos ana¬lógicamente, la educación superior, permite la entrada de ele¬mentos extraños, de afuera, y que no siempre son dechados de virtud y perfección, para elaborarlos y transformarlos, hacién¬dolos parte de su ser y constituyéndolos en paradigmas que pro¬yecta e irradia. Reiteremos, en gestión donde la mente y el cora¬zón van de la mano, es convertidora de humanidad: sangre im¬pura es reemplazada por sangre nueva, oxigenada. Si afuera hay opresión, adentro hay resplandor de libertad. Si afuera hay men¬tira, adentro vibra la verdad. Si afuera la democracia es ideal postergado, aquí es realidad en marcha. Una universidad así y, en cierta dosis, el resto de la educación superior, es concreción modélica de los más nobles y profundos anhelos de un pueblo. En su interior, especialmente por la vía de la investigación uni¬da a la docencia, sus miembros activan el "convertidor"; afuera los graduados y profesionales prolongan ese impulso transfor¬mador. La uni¬versidad aparece así como una "polis" referencial que, en su red formativa e indagadora, engloba todo el quehacer de la socie¬dad que la rodea. Se cons¬tituye, pues, en paradigma referencial para la elevación de la condición humana de la sociedad.

De este modo vemos, entre otros, reflejarse dos rostros del alma mater: un lugar íntimo, interno, de humanización de la persona individualmente considerada. Un lugar de apertura pública, de humanización de la multitud de personas, asociadas en su exterior, vale decir, de la sociedad.
Lo prioritario en ella es la investigación científica orientada por la reflexión filosófica y unida inseparablemente a la docencia, vale decir, la investigación como vía de humanización en vibración con el evangélico "la verdad os hará libres".
Se trata, en breve, de la clásica "búsqueda de la verdad", papel que está ínsitamente unido a la misión liberadora de las potencias creativas de la persona o a su humanización.
Junto a los papeles de búsqueda y de orientación, es de destacarse el rol de "crítica social".

Para ello debemos considerar que pensaba sobre la inteligencia crítica.
El seguía el pensamiento de Theodor Geiger sobre el concepto de “Inteligencia”
Geiger de los intelectuales (o de aquellos que desarrollan trabajo intelectual), deja afuera a los que han sido académicamente formados como profesionales y, asimismo, a los eruditos, identificando a la “Inteligencia” con los creadores que él denomina la cultura más representativa: los artistas, poetas, escritores, compositores musicales, investigadores científicos, pensadores e inventores.


En cuanto actores sociales -en lenguaje weberiano- los miembros de la "inteligencia" se mueven racionalmente, impulsados por elevados valores finales y no por intereses transables

Según Lucho, siguiendo a Geiger, a la inteligentsia crítica le corresponden tres funciones. Señala, en primer lugar, la vocación y tarea humanizadora de dicha pléyade; luego, su aporte a la racionalización y presencia del espíritu científico en la vida so¬cial y, por último, y tal vez su función más importante, el pro¬nunciamiento crítico frente al poder oficial. Crítica que denun¬cia los defectos del orden establecido, los errores de la conduc¬ción política y que, finalmente, se encarga de desenmascarar los engaños propagandísticos de los fabricantes de ideologías.

En situación opuesta está la universidad del poder que ve en el saber un instrumento de dominación de la naturaleza y de la sociedad. De allí su carácter marcadamente profesionalizante o de activación de la persona para el neg-ocio (negación del ocio (en sentido clásico), para la administración lucrativa del conoci¬miento. Es el bastión de la ideología, ya que lleva a legitimar el orden establecido. Es la formadora de expertos neutrales frente a la miseria humana.
Desde la perspectiva recién anotada y sin contradecir los conceptos anteriores, puede concebirse la enseñanza profesional puede considerarse como un subproducto del impulso humanizador también. El conocimien¬to como una herramienta indispensable para el desarrollo y bien¬estar de la sociedad. En la universidad que hemos presentado, constituida por un conjunto de partes nobles íntimamente en¬sambladas, hay muy poco de lo inmediatamente utilitario. La apertura al todo, a lo divino y a lo humano, esa es una respuesta a la vocación originaria del ser humano, a su propia realización; no es algo que se hace por otra cosa. Como decíamos, la enseñanza profesional puede considerarse como un subproducto del impulso humanizador. La tolerancia de dicha enseñanza en el seno de la univer¬sidad, y su estímulo en algunas ocasiones, puede interpretarse como una manera de orientar las profesiones -tanto en su inte¬rior como en todo el sistema de educación superior- en un sentido de nobleza espiritual y de despojarlas de ribetes inhumanos y abusivos.

El papel de adiestramiento de profesionales no le pertenece ¿de manera intrínseca a la universidad pero, como ya lo hemos mencionado, en ciertas circunstancias históricas, puede ser casi; natural y recomendable insertarlo en la red académica con el objeto de otorgarle una clara dimensión de servicio y de compromiso con los valores de la solidaridad y del civismo.
Para cerrar este punto y como corolario de las funciones anotadas se han de considerar la acentuación de la educación permanente, la conexión temática de la investigación (especialmente interdisciplinaria) con la realidad nacional, la proyección del
ethos científico y de los valores de la rigurosidad y método, constancia y disciplina, espíritu crítico, libertad y cooperación.

Pasando a otro aspecto, un punto importante referido al derecho de la humanidad a la búsqueda de la verdad, incide en la apertura de estos establecimientos y en las facilidades com¬pensatorias, de orden social y económico, que deben encontrar los postulantes de familias modestas. En otras palabras, estamos hablando del derecho a la educación superior y de los hilos que deben ponerse en juego para que a nadie le sea negado este ca¬mino universal de perfeccionamiento. De aquí que cuando ha¬blamos del pueblo y de sus hijos, no solo estamos mirando su aporte a la plasmación de una cultura representativa, sino tam¬bién a ese derecho que le asiste para acceder a dicha educación. Atendiendo ahora al tipo de relaciones que prevalece en la comunidad universitaria, a los derechos y deberes de sus miem¬bros, podemos expresar que en una genuina universidad están ausentes las relaciones que expresan sumisión a la autoridad.

De allí que sea necesa¬rio fomentar la relación fluida y fraterna entre los miembros de la comunidad, disminuyendo distancias sociales, formalidades reglamentarias y separaciones rígidas entre investigación y do¬cencia. Es ideal que el crecimiento físico de la institución, que deberá tener un límite, no malogre las discusiones en pequeños grupos y seminarios, instancias preferidas para un diálogo fe¬cundo y para una coordinación de esfuerzos.

Las universida¬des no son productos de la naturaleza, son creaciones culturales sujetas a la inventiva humana y que escapan, de una u otra ma¬nera, a la larga o la corta, a los determinismos rígidos. Pero no se crea tampoco que hay un número infinito de modelos para darle concreción. Hay puntos fijos que señalan un rango limita¬do de concreciones posibles. Se trata de dos modelos límites y polares: uno, centrado en la formación de la persona; otro, en su adiestramiento profesional.

Lucho decía: Existe sí una utopía universitaria, la cual se enmarca dentro de los lineamientos que hemos presentado más arriba. Es una opción que tiene fundamentos en una concepción humanista que se nutre de valores cristianos. No es la única opción, pero es la que nos mueve en la seguridad de garantizar la formación de una sociedad fraternal. Es la utopía que estuvo en los orígenes de la mejor tradición universitaria, es la utopía que ha reapare¬cido siempre que la universidad ha vuelto a tomar el bastón de una posta legendaria de elevación de la humanidad. La utopía estaría siempre adelante para orientar el camino; habría sin embargo noches oscuras de nubes espesas, pero, al fin, la luz de la utopía vencería y con su brillo sería otra estrella de Belén, otra forma de expresión de vida superior a disposición de la creatura humana.

De donde surge la universidad actual.
De acuerdo a lo escrito por Lucho surge de la universidad vigilada o cautiva, con puerta ancha para que los adalides del libre mercado la transformen en campo de experimentos. Y en 1977, luego de que la Universidad Católica de Chile alcanza la expresión de entidad piloto referencial, se empieza a hablar de la "Nueva Institucionalidad Universitaria", colocándose las casas de estudio gradualmente tono con la cultura autocrática mercantil que se impone en país entero.
En la "Nueva Ley sobre las Universidades", de los años 80 81, se le concede importancia clave a doce carreras profesionales (entre ellas derecho, medicina, odontología, ingenierías civil y comercial). Ellas pasan a ser definitorias del ser de la universidad. Desde entonces, si algún insensato se propusiera en Chile fundar un centro de estudios a la usanza de la clásica universidad alemana -con sólo disciplinas como filosofía, sociología, historia, física y matemáticas- no podría denominarla universidad. Vuelve pues otra vez por sus fueros la universidad profesionalizante en una nueva versión.
La legislación adicional de 1982 sanciona una estructura de conducción de corte francamente autoritario. Las normas directrices, lo mismo las cabezas directivas (rectores, decanos, etc.) son impuestas desde afuera. De real autonomía no cabe hablar.
La dependencia de la universidad es doble. Estaba subordinada al
Estado en todo lo que diga relación con los dictados de la "Seguridad Nacional" y actualmente subordinada con el financiamiento. Además, debe ajustar su quehacer a las exigencias del mercado. En suma, de uno u otro modo, sus autoridades internas son simples administradoras de decisiones externas (aunque las rubriquen con sus firmas). Recobra así la universidad una de las características que fuera criticada y diera impulso a la Reforma: su dependencia y falta de democracia
De todos modos, la universidad de la Contrarreforma no aparece con el mismo ropaje ni con todo el ideario de la anterior. Se presenta ahora a los ojos del observador como una empresa comercial que vende servicios de raigambre intelectual que persigue organizarse racionalmente, adecuando medios a fines, para poder competir exitosamente, frente a instituciones similares, por la conquista del mercado de postulantes a las aulas.
¿Estas últimas expresiones no nos hacen reconocer a la actual universidad?

Doy gracias Dios de haber conocido y ser amigo de Lucho.
Gracias.