viernes, marzo 19, 2010

El terremoto ¿cumplimiento del Apocalipsis y castigo de Dios?

El terremoto ¿cumplimiento del Apocalipsis y castigo de Dios?
Ataliva Amengual
10/03/2010

Cuando ocurren terremotos, huracanes y tsunamis o se atraviesa situaciones de crisis muchos piensan que se está cumpliendo el Apocalipsis, lo leen de manera literal sin interpretar el lenguaje cifrado y así no captan adecuadamente el mensaje. Creen adivinar el futuro y hasta la fecha exacta así como el número de los salvados. Ya en tiempos de la Biblia se hablaba del fin de los tiempos como algo inminente y el Apocalipsis parecía la profecía definitiva. El deseo de predecir la inminencia del fin del mundo fue catalogado desde tiempos antiguos, siglo II d.C., como “milenarismo”. El milenarismo es una especulación acerca de la fecha precisa sobre el final de los tiempos, que tendría lugar al cabo de un período de paz y prosperidad que duraría mil años con base en algunos pasajes de la Escritura, interpretados de modo literal y no en su sentido espiritual, simbólico o traslaticio. Los vaticinios se han basado sobre todo en Daniel (4,1-34; 7,25; 8,14; 12,7.11-12) y más comúnmente en el Apocalipsis de san Juan (11,2-3; 20,1-10).
El milenarismo, es el temor a un fin del mundo lleno de catástrofes y calamidades en el año mil. Luego vino Nostradamus que puso fecha al mismo: 1999. Y últimamente se alimentan especulaciones, acentuadas por la película 2012, que se quiere presentar con contornos de ciencia, misterio, miedo por el mañana, y aun con seriedad intelectual apelando al calendario maya a partir del cual algunos predicen que en el 2012 se acabará el mundo porque se acaba el calendario, que ciertamente termina en esa fecha. El término del calendario se podría explicar simplemente por hecho de que a la llegada de los españoles a México los mayas dejaron de seguir elaborando sus cálculos.
Frente al fin del mundo, Jesús, en el Evangelio de Mateo (en 24,36) enseña a sus discípulos: “Pero de aquel día y hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre”. Y en los Hechos de los Apóstoles 1,6-8, se agrega: “No os corresponde a vosotros saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con su propia autoridad”. El Salmo 90,4 nos expresa “Pues mil años son a tus ojos como el día de ayer que pasó; como una vigilia en la noche”. Algo similar nos dice la 2ª carta de Pedro en 3,8: “carísimos, no se os oculte que delante de Dios un día es como mil años, y mil años como un solo día”. Por otro lado, en las obras apocalípticas los mil años indican la presencia de la acción de Dios en la historia por medio del Mesías. Los mil años no coinciden con la duración real de nuestro tiempo, sino que más bien, denotan una cifra del todo imprecisa. Por lo tanto, la historia de la salvación tendrá una duración imprecisa pero real.
Por lo tanto, preguntémonos, si Cristo no lo sabía, ¿hemos de suponer que los mayas sabían más que Cristo? Claro que no. Tampoco es verdad que la Biblia habla de una fecha precisa para el fin del mundo. Las diferentes cifras numéricas de que se echa mano en el libro de Daniel (expresiones como “un tiempo, dos tiempos y medio tiempo” o 2300 tardes y mañanas, 1290 días, 1335 días, hacen referencia a un tiempo limitado con que cuentan los enemigos del pueblo de Israel para profanar el santuario en tiempos de Antíoco Epífanes).
Dado el fracaso de lo que ocurrió en el año mil y en 1999, los vaticinios milenaristas acerca el final de los tiempos (la parusía o segunda venida de Cristo) nunca se han cumplido. Los actuales comentarios milenarista sobre el 2012 o sobre nuestro último terremoto correrán la misma suerte.
Asimismo, resulta interesante escuchar conversaciones, aún en el seno de la Iglesia, donde se opina sobre el terremoto, en las cuales se trata de encontrar una manera de entender un evento tan trágico. Dentro de las explicaciones hay una, muy antigua, en la que queremos detenernos y es la que afirma que el terremoto y el tsunami son castigos de Dios que se deben a los pecados de los hombres.
Esta explicación, entre otras, se apoyaría en fenómenos y hechos extraordinarios, con frecuencia relacionados con revelaciones privadas o con las "apariciones" y los consiguientes "mensajes" de la Virgen María.
Es de hacer notar que estas revelaciones tiene como función no la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia.

La interpretación de que el terremoto es un castigo no puede sustentarse. Ya el mismo Jesús en el evangelio, al escuchar la noticia de los sepultados por el desplome de la torre de Siloé –posiblemente por un movimiento telúrico- rechaza la opinión de que los sepultados eran más culpables que otras personas. El aviso que hace Jesús a sus oyentes es bien determinante: Si no os convertís también vosotros pereceréis de igual manera.

Los terremotos que azotaron este año a Haití y a nuestro país, no son un cumplimiento milenarista o de alguna “aparición”, ni menos un castigo de Dios por nuestros pecados, sino que son una oportunidad que nos da Dios para efectuar cambios. El Señor nos llama la atención, el Señor interviene y nos pide el cambio. Cada persona debe reflexionar y examinar cuál es la manera, cuál es el estilo, cuál es la forma que tiene el Señor para comunicarse con su pueblo.
Es importante ver el signo de la presencia de Dios, que como una lámpara encendida, como un fuego, está constantemente tratando de iluminar a las personas y a las sociedades.
No hay que interpretar los acontecimientos como un castigo de Dios, es una visión demasiado primitiva para explicar lo que sucede como resultados de acontecimientos de sucesos naturales.
La imagen de Dios que castiga indiscriminadamente, la cual a veces aflora en el Antiguo Testamento, quedó ya totalmente superada en el Nuevo.

Hay que rechazar de plano, pues es teológicamente insostenible que el terremoto sea un castigo de Dios. ¿Cómo va ser que Dios se vaya a complacer con que mueran muchos? Dios es un Dios de amor. El terremoto es un suceso a través del cual nos golpea las conciencias. Cuantos problemas nos evitaremos si dejamos en el plano de la naturaleza lo que Dios ha creado como naturaleza, con sus reglas y funciones, que ciertamente miradas en perspectiva son maravillosas y que tiene sus modos de funcionar y de reaccionar. Pero lejos está de ser instrumento en manos de un Dios castigador, que viene con terremotos, huracanes y tsunamis a asolar la vida de la gente y más aún de la gente que Él más ama, que es la gente pobre y sufrida de todos los tiempos.

Terremoto y tsunami que hieren a la tierra no por nuestras fallas, bajezas o por nuestros pecados. No es el tiempo del juicio, es el tiempo de la gracia, la misma gracia que hoy se manifiesta a nosotros y nos da la oportunidad de darnos cuenta por el terremoto que la vida es frágil y que nos hace presente el clamor que se eleva a Dios en búsqueda de justicia para los más pobres.

Nos asustamos por los terremotos, ¿quién no? Pero más nos deberíamos asustar por el escándalo que representa el flagelo de un mundo que genera muchas más muertes que un terremoto. Preocupación debiera darnos una sociedad que para el bien de alguno necesita de la existencia de otros destinados a ser personas olvidadas. Pavor, y no sólo temor, debiera darnos nuestro modelo de mundo que genera multitudes de hambrientos y desolados.
El terremoto nos nos grita, como la sangre de Abel y de Cristo, grita ante Dios y el mundo como gritan los moribundos desde bajo de los escombros. Grita por un mundo desigual que genera y permite la pobreza, el hambre y las injusticias. Grita porque la vida buena de algunos descansa en la marginación de muchos. Este es el mundo en el que vivimos, la tierra que debe ser trastocada para que todo lamento se convierta en alegría.

¡No juzguemos con tanta limitación! Este no es el tiempo del castigo y los prejuicios, es el tiempo de manifestar el amor que Dios nos enseño y vivir la comunión del género humano.
Este es tiempo de amar como Él nos ha amado, mereciendo nosotros la destrucción Él nos dio la vida y nos mandó a ser solidarios, generosos y serviciales. Nos dijo que amemos, que seamos prójimos del sufriente, que estemos al lado del pobre. Nos ordenó amar hasta el extremo....

Dejemos de tratar de explicar y justificar a Dios con nuestros prejuicios. Más bien busquemos su rostro y veámoslo claramente en el rostro de los sufrientes.
Es allí, en ellos y ellas que están en la no vida o que apenas sobreviven, muy mayoritariamente mueren los pobres, quedan soterrados los pobres, tienen que salir corriendo con las cuatro cosas que les quedan. .Los pobres, duermen a la intemperie los pobres, se angustian por el futuro; los pobres, encuentran inmensos escollos para rehacer sus vidas. También otros sufren con el terremoto, indudablemente, pero, por lo general, pasado el susto, reconstruyen lo que se les ha dañado, vuelven a la normalidad y pueden seguir viviendo, algunos de ellos rodeados del lujo de siempre.

Nosotros debemos ir a evidenciar la buena voluntad de Dios y mostrar el amor de Aquel que da la vida por sus hijos e hijas y que llama -al creyente, a la Iglesia y toda persona de buena voluntad- a dar la la vida por un mundo que no produzca muertes, dolor e injusticias con más devastación que un terrible terremoto.
Esperemos que el terremoto sirva para un cambio de mentalidad de nuestro pueblo y contribuya a que los chilenos reflexionemos sobre el sentido de la vida.
Es menester que nos dejemos afectar, sentir dolor ante vidas truncadas o amenazadas, sentir indignación ante la injusticia que está detrás de la tragedia y seamos solidarios y serviciales …en una palabra: que amemos.