viernes, julio 29, 2011

AMOR Y POLÍTICA

AMOR Y POLÍTICA

Ataliva Amengual
Con amor para María José y Mauricio, unidos por el amor.

“La violencia entró a mi vida destrozando lo que más amaba. Porque fui víctima del odio, he consagrado mi vida a revertir ese odio y a convertirlo en comprensión, tolerancia y –¿por qué no decirlo?– en amor”. Michelle Bachelet en su discurso de asunción como Presidenta de Chile.

(Las negritas y subrayados, en adelante, son míos)

El carácter social del hombre lleva a acceder a comunidades que trabajan buscando el bien común. Así aparece la política como elemento que recoge todos esos esfuerzos que buscan el bien común, pero lamentablemente constatamos que en muchos casos hoy la vida política se convierte en asegurar el bien común de unos pocos: de los que llegan a poder. Y, sin embargo, la política y nuestra participación en ella es consustancial a nuestro ser de personas humanas. Lo social y lo político es algo humano y la persona es su fundamento.
De allí que sea importante redescubrir a la persona como eje de la dinámica social y política.
Lo esencial de la persona y la sociedad (en sus aspectos políticos, económicos, educacionales, etc.) natural y sobrenaturalmente es el amor.La persona humana necesita la vida social y política. Estas no constituyen para ella algo sobreañadido sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio con otros, la reciprocidad de servicios y el diálogo con sus hermanos, el hombre desarrolla sus capacidades; así responde a su vocación (cf Gaudium et spes 25, 1, en el futuro GS). (Catecismo de la Iglesia Católica n° 1879, en el futuro CIC)

Ahora bien, lo social al ser una propiedad del hombre, consiste en un obrar o hacer juntos. Vale decir, en una practica común o colectiva que tiende a un fin.
Desde los grupos sociales primarios (familia, pequeñas comunidades, etc.) a partir de los cuales se forman estructuras sociales mayores (sindicatos, empresas, partidos políticos, iglesias, etc.), el fin de la vida social y al cual debe dirigirse todo, es el bien, más precisamente: el bien común.Todo grupo social tiene como principio de ordenación final, el bien común.

Por bien común, es preciso entender ‘el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección’ (GS 26, 1; cf GS 74, 1). El bien común afecta a la vida de todos. Exige la prudencia por parte de cada uno, y más aún por la de aquellos que ejercen la autoridad (CIC, n° 1906)

El bien común comporta tres elementos esenciales:

Supone, en primer lugar, el respeto a la persona en cuanto tal. En nombre del bien común, las autoridades están obligadas a respetar los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. La sociedad debe permitir a cada uno de sus miembros realizar su vocación. En particular, el bien común reside en las condiciones de ejercicio de las libertades naturales que son indispensables para el desarrollo de la vocación humana: ‘derecho a... actuar de acuerdo con la recta norma de su conciencia, a la protección de la vida privada y a la justa libertad, también en materia religiosa’ (cf GS 26, 2). (CIC 1907) en otras palabras los derechos humanos.

En segundo lugar, el bien común exige el bienestar social y el desarrollo del grupo mismo. El desarrollo es el resumen de todos los deberes sociales. Ciertamente corresponde a la autoridad decidir, en nombre del bien común, entre los diversos intereses particulares; pero debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información adecuada, derecho de fundar una familia, etc. (cf GS 26, 2) (CIC 1908)
El bien común implica, finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad asegura, por medios honestos, la seguridad de la sociedad y la de sus miembros. El bien común fundamenta el derecho a la legítima defensa individual y colectiva. (CIC 1909)

Si toda comunidad humana posee un bien común que la ordena en cuanto tal, la realización más completa de este bien común se verifica en la comunidad política.
No hay que olvidar que la orientación efectiva de la vida social la determina la política.
Corresponde al Estado defender y promover el bien común de la sociedad civil, de los ciudadanos y de las instituciones intermedias. (CIC 1910).
Mediante el poder se debe buscar el bien común, y con él, la paz.
Del desorden respecto al fin verdadero y de la correlativa dirección hacia un bien aparente procede, por lo tanto, la injusticia del poder, es decir su desprestigio como conducta valiosa y como fuente de bien común para los demás miembros de la polis. (De ahí el desprestigio de la política y los políticos)

La paz social es una unión amistosa fundada en el querer del bien común y por la justicia.
La paz verdadera es fruto del amor, el bien más grande.


Antes de que los actores de televisión, los encuestadores y las encuestas, los deportistas, los locutores y los periodistas se convirtieran en los consejeros de los políticos, y antes de que esos mismos actores de televisión, los encuestadores y las encuestas, deportistas, locutores y periodistas se convirtieran ellos mismos en políticos, antes de esa vorágine de la política, hubo una época en el que los políticos y los estadistas se solían saciar en la fuente de las ideas de los filósofos.

Pero con el tiempo la política se convirtió en el cultivo de tácticas, técnicas y estratagemas destinadas a la conquista del poder. En rigor se trataba de un "arte", pero consistente en manipular los conceptos y los valores para la conquista del poder, sin tener en cuenta el fin, el bien común.
La política se convierte entonces en la lucha entre personas agrupadas en partidos dirigidos a la conquista del poder y una vez instalados en el poder, el partido gobernante ejerce su autoridad para expandir su dominio y su autoridad sobre los demás integrantes de la polis.

Esta búsqueda de poder llevó a elaborar teorías que consideran a la política independiente del bien común. Nicolás Maquiavelo propuso una concepción que aún hoy se puede observar en ciertas actitudes y que es pretender legitimar cualquier conducta o actitud política siempre que ella estuviera en la línea de la defensa o el engrandecimiento del poder. Representa el pensamiento de que el fin (el poder) justifica los medios. De acuerdo a este modo de pensar, la política está obligada a tratarse con este sistema de reglas y de operar de acuerdo a los mandatos maquiavélicos.

En la medida que se mantiene esta posición se sigue una desvinculación del bien común y se toma la utilidad (lo que es útil para el poder) como finalidad. Ya no se dedica el tiempo para la contemplación, sino por el contrario, se lo dedica a la acción, a la actividad, a saciar la sed del apetito del poder.

Como consecuencia de lo anterior, se puede deducir entonces, que la política no pueda ni deba incorporar a sus principios la caridad o el amor hacia el prójimo, pues ello significaría anularse a sí misma, ya que existe esencialmente por la rivalidad, la competencia y el cultivo de la aversión hacia los demás partidos. Por la búsqueda del poder sin importar los medios que se usen.

Esta búsqueda de poder, por el poder mismo, generó el individualismo, el materialismo, el pragmatismo, el ánimo de lucro como motor y principio regulador de la economía, la lucha de clases, el relativismo y el agnosticismo.

Resumimos dos aspectos importantes dentro de lo político: a) está el hombre filosófico cuya función es de ayudar, orientar a la política en su acción, b) está, el hombre político, que en general, (no siempre) ha dejado de lado la filosofía y se ha dedicado únicamente a la búsqueda y conquista del poder.

El pensamiento político, desde siempre, estuvo fundado sobre algo más amplio que la política, se fundó sobre una cierta concepción del ser humano.

Según sea la idea que tengamos del ser humano, de la persona, es decir, según sea nuestra antropología, así será nuestra visión política.
Lo anterior significa que es necesario conocer la verdad sobre la persona y la sociedad y las actitudes auténticas que deben observarse en la comunidad social y política.

Por lo mencionado, es importante y urgente iluminar lo real desde la verdad. Juan Pablo II y después Benedicto XVI, iluminan e ilustran la realidad con una propuesta muy particular: el amor.

Juan Pablo II descubrió que el hombre es sujeto causal de las civilizaciones. El hombre es capaz de originar una civilización, que favorezca el desarrollo integral de la persona humana. También es capaz de crear una civilización inhumana. En este sentido, basta una mirada a sus cartas encíclicas y apostólicas, a sus exhortaciones y a los mensajes que llevó a cada pueblo que visitó, para persuadirse de ello.
Y Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est, (Dios es amor)
Los Papas proponen y promueven la civilización del amor, de esta forma también se procura la paz y la justicia.

Podríamos decir que el amor todo lo puede y sin amor nada se construye, pero construir en el amor es una tarea ardua llena de exigencias.
Un legítimo amor siempre demanda la justicia. No hay acto de amor donde no se le da al otro lo que le corresponde, se lo atropella, se lo denigra, se lo destruye física o espiritualmente, se lo seduce, engaña o halaga para el logro de su propio provecho.

La paz es un don de Dios, pero no se puede alcanzar la paz sin la justicia. No hay justicia (equidad) sin amor. Por eso, del amor nacen los verdaderos movimientos que reivindican los derechos que los otros tienen para crecer en la vida y en el mismo amor. El amor es un principio unitivo. El amor es el fundamento de una nueva antropología y de una nueva civilización.

Una persona constructora de la civilización del amor actuará según ese espíritu y reconocerá en cada persona un sujeto de amor. El amor verdadero hace imposible la situación de deshumanización. El amor no se puede restringir a la esfera de lo privado. Hay que vivirlo juntamente en lo privado y en lo público: razón por la cual no se puede dejar de lado la justicia. Es importante entonces, saber dar al otro lo que se le debe en justicia mediante gestos y palabras que descubran la solidaridad del amor. Porque solo el amor podrá cambiar la historia, pero nunca lo hará si no se encarna en una justicia real.

Para crear la civilización del amor, se necesita la colaboración de cada persona. A medida que los hombres actúen según su recta conciencia, irán desapareciendo las estructuras injustas, las estructuras de pecado, dirá el Papa. Se irá gestando la civilización del amor

Es importante esbozar, en una época marcada por la absolutización del mercado, en donde todo se comercializa, inclusive hasta lo más sagrado, una renovación de la política, economía, de la educación, de la salud, etc. para que evolucione hacia una política, una economía, una educación, una salud, etc. con justicia social con equidad, penetrada en su raíz por el amor.

El amor es siempre don y gratuitamente dado.
Mucho más tendría que decirles, pero por hoy basta.