sábado, abril 07, 2012

RECOGIMIENTO

RECOGIMIENTO

«En el estado de justicia original la razón dominaba las fuerzas interiores del alma y, al mismo tiempo, ella estaba sometida a Dios. Pero esa justicia original desapareció por el pecado de origen; y, como consecuencia lógica, todas esas fuerzas han quedado disgregadas» (S. Tomás de Aquino, In ep. II ad Cor. 6,3), buscando su propio fin. Como consecuencia tendemos a volcarnos, por los sentidos, hacia el exterior de nuestro ser. Recogerse es ensimismarse, es volverse al interior de la persona, a juntar lo separado, restablecer un orden perdido.
Recogimiento es vivir en uno mismo. Cuando la mente se vuelve hacia el interior se vivencia el “sí mismo”. Es necesario vivir en el “sí mismo”, recoger la mente en el corazón para poder vivir espiritualmente. Alcanzar esa unidad profunda supone necesariamente lucha ascética una constante negación de la ley del pecado, que está inserta en la naturaleza humana y se opone a la ley del espíritu y de la gracia (cfr. Rom 7,23). Por eso la vida cristiana es una pelea contra las propias pasiones. Jesús lo afirmó durante su vida terrena: «el reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y los que se la hacen a sí mismos son los que lo arrebatan» (Mt 11,12).

Precisamente todo el esfuerzo ascético que lleva consigo el recogimiento se orienta y tiene como finalidad la contemplación: el diálogo con Dios.
El recogimiento es una actitud permanente del alma y no dependa de modos de vida o espiritualidades concretas. Sin embargo, para recogerse es bueno buscar momentos de silencio exterior. La quietud exterior facilita la concentración de todas las potencias en un objeto establecido y favorece la acción de la voluntad, creando un ambiente apropiado para obtener la vida interior. Cuando quieras encontrar a Dios, “entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará”. (Mt. 6,6)
El recogimiento no aparta de la vida, sino que ayuda a ser verdaderamente uno mismo en cada ambiente, fieles a la voz de Dios que habla a la conciencia, libres de los condicionamientos del momento. (Encuentro con los jóvenes, Benedicto XVI, 4 de julio de 2010)
Recogerse es un estado peculiar de dominio de sí, que el hombre alcanza con la ayuda de la gracia sobrenatural y con su esfuerzo personal.
En el amor, en la entrega a Dios, el recogimiento alcanza su perfección última.

POBREZA

POBREZA


En nuestra sociedad la pobreza se manifiesta como privación de los bienes y es, en cuanto tal, un mal, las más de las veces fruto de la injusticia. Es la pobreza material, es la pobreza real, socioeconómica; la privación de la comida, de la educación, de la salud, etc.
Esta pobreza no es querida por Dios y representa un "pecado social" (Puebla, 28, passim) por ser sinónimo de injusticia. Ya que los pobres son "socialmente inocentes", víctimas de la injusticia.
De distinto modo la pobreza espiritual es inseparable a todo ser creado, en cuanto éste depende del Absoluto, y por ello es pobre, en cuanto creatura. La pobreza espiritual es conciencia de la propia condición humana, que genera un sentido religioso de apertura a Dios, de confianza, humildad y entrega al misterio.
La pobreza espiritual es la actitud de apertura a Dios, la disponibilidad de quien todo lo espera del Señor. Aunque valoriza los bienes de este mundo no se apega a ellos reconociendo el valor superior de los bienes del Reino. Ejercita el desapego material y practica la pobreza espiritual confiando en la Providencia.
La pobreza espiritual es compromiso, que se asume, voluntariamente y por amor. Se acepta la condición de los necesitados de este mundo para testimoniar el mal que ella representa y la libertad espiritual frente a los bienes, siguiendo a Cristo que hizo suyas todas las consecuencias de la condición pecadora de los hombres y que "siendo rico se hizo pobre", para salvarnos.
Pues bien, pobreza material y pobreza espiritual, si bien distintas, pueden caminar juntas, e incluso tienden a coincidir. El pobre real está más inclinado a tener un corazón pobre, humilde y abierto que el rico, el cual se siente más tentado al engreimiento y a cerrarse. Son las condiciones concretas de la vida las que favorecen una u otra actitud espiritual; no de manera determinada, sino por el condicionamiento social.
Con todo, no podemos negar que la pobreza espiritual representa una entidad relativamente autónoma y comprensible en sí misma. Por eso, se puede ser pobre de espíritu, aunque no se sea pobre materialmente; como, por ejemplo, el publicano de la parábola (Lc 18,9-14) y el publicano de la historia (Zaqueo: Lc 19,110) que son realmente pobres de espíritu, aunque no sean pobres económicamente.
Finalmente, la pobreza evangélica. El ideal evangélico de la pobreza, vivido y propuesto por Cristo a sus seguidores (Lc 13,33-34;14,33;18,1830; 19,1-10, etc.), es la síntesis concreta de los dos tipos de pobreza descritos anteriormente. En efecto, la pobreza evangélica, ideal de todo cristiano, posee un aspecto interno y otro externo. Es espiritual y material al mismo tiempo. Se trata, efectivamente de una actitud interior originaria, que se expresa congruentemente en un estilo de vida exterior. Importa aquí articular las dos dimensiones: el polo determinante es ciertamente el interior, mientras que el exterior es determinado.
La pobreza cristiana o evangélica es, por tanto, algo místico y algo práctico al unísono. Involucra, además, un desapego afectivo, una actitud de compartir y un estilo de vida sobrio. Es también el ideal de la pobreza evangélica el que debe inspirar, a los ojos cristianos, el proyecto socio-económico de una nueva sociedad humana y fraterna, en la que el desarrollo material sea únicamente la condición necesaria (y siempre insuficiente) del desarrollo humano integral.
Ésa fue la gran lección de Pablo VI en la Populorum progressio: no busca tener, sino ser, y busca tener solamente en función del ser.

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