sábado, septiembre 01, 2007

RESPONSABILIDAD DEL CRISTIANO HACIA EL MUNDO Y LA POLÍTICA

RESPONSABILIDAD DEL CRISTIANO HACIA EL MUNDO Y LA POLÍTICA
Ataliva Amengual
[1]

Índice
Abstract
Persona
Participación y sociedad
Política y poder
Partido político
Iglesia y política
Principios fundamentales para el discernimiento
Formas de participar
Política y santidad

Abstract
Se expresa el concepto de persona, a continuación se enfatiza la naturaleza social del hombre, como consecuencia de la concepción de la persona. Se señala que el individuo sólo puede completarse y encontrar su propia identidad en la integración participativa con el todo social y que la política tiene la función de regular la convivencia y resolver los conflictos que se ge­neren entre las personas en sociedad.
Se indica que en el ejercicio del poder se tiene la posibilidad de influir para moldear y cambiar la realidad so­cial. La política y el poder son aliados inseparables. En el centro de la política y de las decisiones políticas debe estar la persona humana, la política existe para el bien común.
Dada la imposibilidad de participar en todo, ni participar todos de la misma manera requerimos organizarnos los que compartimos ideales e intereses, puesto que la participación incluye la necesidad y la voluntad personal de influir en la sociedad. Los partidos políticos cumplen la función o relación de enlace entre los ciudadanos y el poder. La democracia requiere de partidos políticos para vivir. Si queremos participar con eficacia y eficiencia en una democracia representativa, deberíamos afiliarnos a un partido político.
El Concilio Vaticano II exhorta a los fieles a “cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico”, Juan Pablo II, por su parte, advierte la urgencia y la responsabilidad de los fieles laicos de testificar aquellos valores humanos y evangélicos, que están íntimamente relacionados con la misma actividad política y que de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política, aún cuando existan el egoísmo y corrupción en la política no se justifica la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación con la cosa pública; ningún cristiano puede eximirse de la tarea que viene imperada para él por el mandamiento de la caridad y por las exigencias de la justicia.
En el ejercicio del poder político es fundamental aquel espíritu de servicio, la solidaridad, la participación activa y responsable de todos en la vida política, el fruto de la actividad política solidaria es la paz. La solidaridad es camino hacia la paz y, a la vez, hacia el desarrollo. Cada cristiano debe asumir una responsabilidad activa en materia política. Esto significa para él una serie de deberes ineludibles. Se enumeran algunos principios fundamentales para el discernimiento y sobre las formas de participación social y política. En el plano de la militancia política concreta, es importante hacer notar que el carácter contingente de algunas opciones en materia social y el hecho de que a menudo sean moralmente posibles diversas estrategias para realizar o garantizar un mismo valor sustancial de fondo, pero sería un error confundir la justa autonomía que los católicos deben asumir en política, con la reivindicación de un principio que prescinda de la enseñanza moral y social de la Iglesia.
Finalmente se agrega que el ámbito de lo político aparece para los cristianos como ámbito para la santidad. La política ofrece hoy, por tanto, una materialidad para la santidad y la santidad permite una acción política más humanizadora para quien la realiza y para el proyecto político que se impulsa.

POLÍTICA

Para nadie es un misterio que la política y los partidos políticos están perdiendo legitimidad en la ciudadanía y ello ocurre también entre los cristianos. Esta contestación me lleva escribir sobre el tema.

Persona

El humanismo cristiano concibe el hombre como “persona humana”, poseedor de una dignidad y trascendencia que dimana del hecho de constituir un ser “creado” por Dios, hecho por el cual no solo proviene su racionalidad, sino que sobretodo, una conciencia, un alma inmortal, y un destino trascendente a esta vida.
No obstante, el hecho de estar en sí no convierte al espíritu en una conciencia cerrada, es un ser abierto a los demás seres y a las demás personas.

El ser de nuestro yo -el sí-mismo humano- se actualiza en la relación con el "otro", lo que nos hace considerar la relación dialogal esencial del ser humano.
Citamos las magistrales palabras de Romano Guardini, sobre la materia:
“En el encuentro con el otro, él (el sí-mismo humano) no comienza a ser, pero es activado. Pero él (el sí-mismo humano) está en dependencia del hecho de que la otra persona exista”... “el hombre es por su naturaleza un diálogo”.
"La realización del sí-mismo humano subjetivo no solo requiere de otras personas sino, lo que es más importante, exige que se desarrolle un diálogo con ellas... Sólo con este diálogo auténtico puede conseguirse una verdadera comunión con los demás y, además, sólo en esta comunión lograda se actualiza y constituye el sí-mismo humano subjetivo.[2]

El concepto de persona es un concepto relacional que se define en oposición a la idea de hombre como individualidad. La idea de coexistencia implica que la existencia se desarrolla y se realiza junto con otros en el mundo.
Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de ellas.

Participación y Sociedad

El enfatizar la naturaleza social del hombre, como consecuencia de la concepción de la persona, ente eminentemente dialogal, nos conduce a la comunidad, a la sociedad
El individuo debe ser visto como la parte, la sociedad como el todo, y la participación como el puente que permite a la parte identificarse o integrarse al todo. A la participación debe reconocérsele, entonces, un valor intrínseco. El individuo sólo puede completarse y encontrar su propia identidad en la integración participativa con el todo social.

Digamos que la persona exige vivir en sociedad, “tener parte en” pertenecer a un grupo, “tomar parte en” algo con otros y “ser parte de” algo, es decir, involucrarse en lo cual se tiene y se toma parte.
Participar es garantizar la influencia mutua entre los unos y los otros. Es una relación de interacción.
En estas definiciones está implícita una noción de presencia activa de los participantes, que de alguna manera hacen tomar en cuenta sus perspectivas en la formulación de las opciones.

De este modo, la participación social se concibe como un proceso social en que se interviene directa o indirectamente en el desarrollo de la sociedad, en que las personas se comprometen en actividades.
En general, se concibe que la participación tiene como fin influir, influir en los procesos de toma de decisiones que de alguna manera se vinculan con nuestros intereses y dado que es imposible que una persona pueda participar estando presente en todas las decisiones o en todas las instancias de decisión, cuyas acciones la afecten vitalmente se requiere de organismos de representación.
De este modo una participación activa demanda tener influencia en la toma de decisiones de la sociedad.

Política y poder

“Aquellos que se creen demasiado inteligentes como para involucrarse en la Política reciben su castigo al ser gobernados por otros que son mucho más tontos que ellos.”
(Platón)
Tener influencia demanda tener poder.

La política tiene la función de regular la convivencia de las personas en la sociedad y resolver los conflictos que se ge­neren, la política tramita los conflictos como cuestiones que admiten compromisos, que pueden negociarse y para los que se necesita actuar con otros, es decir, capacidad para el compromiso. Los conflictos al tiempo que amplían nuestra visión del mundo y nuestra capacidad de acción, también representan un límite para nuestras pretensiones e intereses. Y el medio con el que la política cuenta para solucionar los conflictos es el poder.

El poder es la posibilidad de influir para moldear y cambiar la realidad so­cial. La política y el poder son aliados inseparables. En el centro de la política y de las decisiones políticas está la persona humana.
La política existe para el bien común, el cual es exigido a todos los individuos, familias y organizaciones para alcanzar su propia realización, de lo que se deduce que todos los ciudadanos deben participar en la comunidad política, sea como personas que cumplen el conjunto de deberes cívicos ordinarios, como quienes ingresan al servicio público en sus diversas modalidades o a un partido político. La obligación de participar en la promoción del bien común "es inherente a la dignidad de la persona humana". Así entonces podemos entender el término de política, como la actividad de quienes procuran obtener el poder, retenerlo o ejercitarlo con vistas a un fin. Debe tenerse presente que esta es de carácter instrumental, desde una perspectiva moral, la política debe ser vista como una de las actividades más nobles del ser humano ya que implica una labor de servicio hacia los demás, viendo a éstos como la generalidad o pueblo.
Política es manejar los intereses del pueblo a favor de ese pueblo, teniendo como único objetivo la mejora y la superación de los gobernados. Una buena política: fortalece la libertad, crea un escenario de responsabilidad, articula pluralismo y convivencia, asegura la paz. Política es el arte de servir, no servirse.

Partido político

Si bien indicamos que la participación es un acto social, que siempre se hace junto a otras personas, también debemos señalar sus limitaciones. La primera es que no es posible participar en todo, ni participar todos de la misma manera. Dadas estas limitaciones cada uno debe decidir en qué quiere participar, cómo y con quiénes.
Es decir, para concretar la participación ciudadana requerimos organizarnos los que compartimos ideales e intereses, puesto que la participación incluye la necesidad y la voluntad personal de influir en la sociedad, y el reconocimiento de que la acción ciudadana puede cambiar la forma como funciona la sociedad.

La participación ciudadana, entendida como la práctica, donde los individuos pueden actuar colectivamente e involucrarse en deliberaciones comunes sobre los asuntos que afectan a la comunidad política, es consubstancial para la construcción de una participación política que se fundamente en valores como la solidaridad, autonomía y el pluralismo. También la participación ciudadana es necesaria para que la acción política sea eficaz y efectiva, desde el momento en que ella permite a cada persona tener algún influjo en las decisiones que afectan el bienestar de la comunidad, siendo consubstancial a una verdadera democracia.
La vida en un sistema político democrático no podría desarrollarse provechosamente sin la activa, responsable y generosa participación de todos, «si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas y responsabilidades. [3]
Para nadie es un misterio que los partidos políticos son la institución política menos legitimada del momento. Comparten el dudoso honor con diputados y senadores.
Para muchos los partidos dividen a la gente. Lo que hacen es lo contrario. En el caso chileno, organizan la caótica voluntad popular de ocho millones de ciudadanos uniéndola en cinco o seis grandes corrientes de opinión.
Sin embargo, constatemos que no hay ninguna democracia consolidada en el mundo que no cuente con un sistema de partidos políticos institucionalizado.
Así como el espíritu requiere del lenguaje para poder expresarse, las democracias requieren de partidos políticos para vivir.
[4]
Por otra parte los partidos políticos cumplen la función o relación de enlace entre los ciudadanos y el poder. “Los partidos constituyen actualmente el instrumento irreemplazable del complejo proceso de la formación de la voluntad política del Estado, el puente entre la masa ciudadana y el poder” [5]
En la participación política ciertamente hay mediación en las cuestiones públicas, pero ésta ocurre a través de órganos de intermediación como los partidos políticos.

El partido político es el instrumento que mediatiza la relación de los ciudadanos con el poder, permitiendo que enormes cantidades de ciudadanos puedan participar Así, se transforman en elemento fundamental del complejo proceso de formación de la voluntad política del Estado. Son el puente entre los grandes grupos ciudadanos y el poder político.
Un partido es una organización cuyo objetivo
es conquistar el poder y ejercerlo; es ser medio de representación y gobierno.
Un partido político debe intentar resolver los conflictos de intereses entre los ciudadanos, entre quienes conforman una misma organización política así como los que pertenecen a otra y difieren entre sí en sus concepciones, misión y visión y promover el bien común.
La política no es una actividad que tenga que ver con verdades absolutas, sino que configura un ámbito de pública discusión, discusión que se orienta por un criterio o directriz de acción elegida como guía en el proceso de toma de decisiones al poner en práctica o ejecutar las estrategias, programas y proyectos específicos del nivel institucional; criterio que se expresa en la búsqueda del bien común.
En un Estado de derecho, los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y expresión de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política.

Los partidos políticos constituyen unidades organizativas a las que se les reconoce el derecho de participar en un proceso de elección política por medio de la presentación de candidatos y programas de acción o gobierno. Así como de proveer de funcionarios en cargos de confianza política o que requieran una decisión política antes que una técnica.

Como consecuencia de lo recién expresado si queremos participar con eficacia y eficiencia en una democracia representativa, deberíamos afiliarnos a un partido político.

Los partidos han dado origen a lo que propiamente se denomina parlamentarismo. El parlamentarismo exige la elección de representantes, de parlamentarios a través de los partidos políticos. Así, la elección de representantes es parte de un ejercicio participativo.

Iglesia y política

La coherencia entre fe y vida, entre evangelio y cultura, recordada por el Concilio Vaticano II. Éste exhorta a los fieles a «cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno». Alégrense los fieles cristianos«de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios».[6]
…se advierte hoy como una urgencia y una responsabilidad— los fieles laicos han de testificar aquellos valores humanos y evangélicos, que están íntimamente relacionados con la misma actividad política; como son la libertad y la justicia, la solidaridad, la dedicación leal y desinteresada al bien de todos, el sencillo estilo de vida, el amor preferencial por los pobres y los últimos.[7]
“La persona humana es el fundamento y el fin de la convivencia política”
La persona como ser social por naturaleza necesita la interacción con los demás para alcanzar su plenitud. La comunidad política, por ello, existe en orden a facilitar «el crecimiento pleno de cada uno de sus miembros, llamados a cooperar con firmeza para lograr el bien común»
[8] [9]
Por bien común, es preciso entender ‘el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección[10]. El bien común afecta a la vida de todos. Exige la prudencia por parte de cada uno, y más aún por la de aquellos que ejercen la autoridad.[11]

Si toda comunidad humana posee un bien común que la configura en cuanto tal, la realización más completa de este bien común se verifica en la comunidad política. Corresponde al Estado defender y promover el bien común de la sociedad civil, de los ciudadanos y de las instituciones intermedias.
[12] [13]
Es, pues, evidente que la comunidad política y la autoridad pública se fundan en la naturaleza humana, y, por lo mismo, pertenecen al orden previsto por Dios, aun cuando la determinación del régimen político y la designación de los gobernantes se dejen a la libre designación de los ciudadanos. [14]
Recuerden, por tanto, todos los ciudadanos el derecho y al mismo tiempo el deber que tienen de votar con libertad para promover el bien común. La Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan las cargas de este oficio.
Los cristianos todos deben tener conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al bien común, así demostrarán también con los hechos cómo pueden armonizarse la autoridad y la libertad, la iniciativa personal y la necesaria solidaridad del cuerpo social, las ventajas de la unidad combinada con la provechosa diversidad. El cristiano debe reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales discrepantes y debe respetar a los ciudadanos que, aun agrupados, defienden lealmente su manera de ver. Los partidos políticos deben promover todo lo que a su juicio exige el bien común; nunca, sin embargo, está permitido anteponer intereses propios al bien común.
[15] Para animar cristianamente el orden temporal —en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad— los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la «política»; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común. Como repetidamente han afirmado los Padres sinodales, todos y cada uno tienen el derecho y el deber de participar en la política, si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas y responsabilidades.[16] [17]
Las acusaciones de arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a los hombres del gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político, como también la difundida opinión de que la política, no justifican lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación con la cosa pública.[18]
Son, en cambio, más que significativas estas palabras del Concilio Vaticano II: «La Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan el peso de las correspondientes responsabilidades».[19]
Además, una política para la persona y para la sociedad encuentra su rumbo constante de camino en la defensa y promoción de la justicia, entendida como «virtud» a la que todos deben ser educados, y como «fuerza» moral que sostiene el empeño por favorecer los derechos y deberes de todos y cada uno, sobre la base de la dignidad personal del ser humano. [20]
En el ejercicio del poder político es fundamental aquel espíritu de servicio, que, unido a la necesaria competencia y eficiencia, es el único capaz de hacer «transparente» o «limpia» la actividad de los hombres políticos, como justamente, además, la gente exige.[21]
La solidaridad es el estilo y el medio para la realización de una política que quiera mirar al verdadero desarrollo humano. Esta reclama la participación activa y responsable de todos en la vida política, desde cada uno de los ciudadanos a los diversos grupos, desde los sindicatos a los partidos. [22] El fruto de la actividad política solidaria —tan deseado por todos y, sin embargo, siempre tan inmaduro— es la paz. La solidaridad «es camino hacia la paz y, a la vez, hacia el desarrollo».[23]

Nuestra responsabilidad [24]

Cada cristiano debe asumir una responsabilidad activa en materia política. Esto significa para él una serie de deberes ineludibles.
El primero de estos es formarse. Se trata, sin duda, de la formación general como persona y como cristiano, pero, más en particular y en relación con las responsabilidades políticas, de llegar a descubrir una respuesta coherente como pueblo a los desafíos de nuestro tiempo a la luz del Evangelio y de la enseñanza social de la Iglesia.
El segundo de estos deberes es informarse. De este deber deriva el derecho a una información veraz y oportuna. Sin ella resulta imposible conocer la realidad social, los desafíos y urgencias que ella plantea, las propuestas más adecuadas para la concordia y el desarrollo justo de la sociedad. Como cristianos tenemos la responsabilidad por aprender a analizar críticamente la realidad en la cual vivimos. A través de la información podemos conocer las causas de los problemas y buscar alternativas constructivas.
El tercero es el deber de participar en la vida social y política según la vocación propia de cada cual. Una primera forma de participar es a través de las organizaciones y movimientos sociales. Ellos pueden ejercer una presión real sobre los gobernantes para que tomen las decisiones en función del bien común. Es importante que la ciudadanía ejerza un papel fiscalizador sobre las actuaciones de sus gobernantes. Hay que confrontar y evaluar las gestiones del gobierno a la luz de los programas presentados a través de una auditoría cívica.
Una forma más explícita de participación es a través de los partidos políticos.
Parece obvio que estos deberes son mayores en la medida que cada uno reconozca en sí mismo su propia vocación política. Así, el ciudadano común, aunque deba formarse, informarse y participar, tendrá una exigencia menos que aquél que es miembro de un partido político o aquél que asume responsabilidades políticas directas.

Principios fundamentales para el discernimiento

Aunque la Iglesia reconozca y valore la autonomía propia de cada partido en sus decisiones políticas, el cristiano, que ha sido convocado a hacer una poción radical por el Dios de la vida, no puede apoyar o adscribirse a un partido que no respeta el derecho a la vida.
De esta opción por el Dios de la vida deriva, para el cristiano, una opción fundamental por la dignidad de cada persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. De allí que el reconocimiento de los derechos humanos será un criterio imprescindible para el discernimiento, tanto el respeto por los derechos individuales, como la promoción de los derechos sociales y económicos: derecho a la salud, la vivienda, al trabajo...
De las opciones anteriores deriva un tercer criterio que es la opción preferencial por los pobres. Para un cristiano, la solidaridad y la justicia no pueden ser dejadas de lado a la hora de discernir en el orden político. No es posible construir una sociedad con justicia para todos sin prestar una atención especial por los derechos de los más empobrecidos. (Lc 4,18-19)
Estas tres opciones deberán ser elementos de inspiración permanente del quehacer del cristiano en política y, a la vez, de discernimiento constante para las decisiones que cada cual deba tomar.
De esta manera, si parece que cada cristiano deba asumir su responsabilidad propia en materia política, también es evidente que sólo participará en aquellos partidos que promuevan el bien común en un ambiente de justicia y libertad para todos. Como cristianos no debemos apoyar partidos y proyectos políticos que funcionan exclusivamente al servicio de los intereses del poder económico y en detrimento de la vida y de los derechos humanos, lo que los hace ineficaces para impulsar el bien común.
Una vez más, la participación en política para un cristiano es, en primer lugar, una responsabilidad ética, y como tal es parte de su respuesta personal al llamado del Señor.

Formas de participar

Ya hemos dicho que si la política es un servicio al bien común de la sociedad humana, ningún cristiano puede eximirse de esta tarea que viene imperada para él por el mandamiento de la caridad y por las exigencias de la justicia.
A los cristianos laicos, según sea su vocación personal, les corresponde, bajo grave responsabilidad de conciencia, participar de una u otra forma en el quehacer político. Dicha participación podrá ir desde el ejercicio del derecho a pronunciarse y a votar, hasta postularse para puestos de elección popular y ocupar cargos de responsabilidad política, pasando por diversas formas de adscripción y prácticas partidarias.
El cristiano que actúa en la política hará bien en revisar constantemente sus motivaciones e interrogarse acerca de su fidelidad a Jesucristo y a la comunidad.
Los obispos, sacerdotes y religiosos(as) tampoco pueden eximirse de la responsabilidad general del cristiano ante la política. Sin embargo, y dada su función y el servicio a la unidad que en la Iglesia y desde ella deben prestar, la prudencia les aconseja prescindir de cualquier adscripción partidaria o manifestación pública a favor de algún partido o candidato concreto.
Todo lo cual no quita que deban ayudar a formar la conciencia de los cristianos desde una perspectiva ética en relación con el quehacer y la responsabilidad política, y que deban, a la vez, intervenir en cuestiones políticas y desde la perspectiva del Evangelio, cuando estén en juego las opciones cristianas fundamentales. En tales casos, la intervención de la Jerarquía no será sino un servicio más, que proviene de su propio ministerio, y que tiene que ver con su propia misión: servir siempre a la comunión. Más todavía cuando ésta se encuentre amenazada
Pero son muchos y diferentes los hombres que se encuentran en una comunidad política, y pueden con todo derecho inclinarse hacia soluciones diferentes. [25]
En el plano de la militancia política concreta, es importante hacer notar que el carácter contingente de algunas opciones en materia social, el hecho de que a menudo sean moralmente posibles diversas estrategias para realizar o garantizar un mismo valor sustancial de fondo, la posibilidad de interpretar de manera diferente algunos principios básicos de la teoría política, y la complejidad técnica de buena parte de los problemas políticos, explican el hecho de que generalmente pueda darse una pluralidad de partidos en los cuales puedan militar los católicos para ejercitar – particularmente por la representación parlamentaria – su derecho-deber de participar en la construcción de la vida civil de su País.[26]
Para la doctrina moral católica, la laicidad, entendida como autonomía de la esfera civil y política de la esfera religiosa y eclesiástica – nunca de la esfera moral –, es un valor adquirido y reconocido por la Iglesia, y pertenece al patrimonio de civilización alcanzado. [27]
La “laicidad” indica en primer lugar la actitud de quien respeta las verdades que emanan del conocimiento natural sobre el hombre que vive en sociedad, aunque tales verdades sean enseñadas al mismo tiempo por una religión específica, pues la verdad es una. Sería un error confundir la justa autonomía que los católicos deben asumir en política, con la reivindicación de un principio que prescinda de la enseñanza moral y social de la Iglesia.
[28]
Con su intervención en este ámbito, el Magisterio de la Iglesia no quiere ejercer un poder político ni eliminar la libertad de opinión de los católicos sobre cuestiones contingentes. Busca, en cambio –en cumplimiento de su deber– instruir e iluminar la conciencia de los fieles, sobre todo de los que están comprometidos en la vida política, para que su acción esté siempre al servicio de la promoción integral de la persona y del bien común.[29]
En las situaciones concretas, y habida cuenta de las solidaridades que cada uno vive, es necesario reconocer una legítima variedad de opciones posibles. Una misma fe cristiana puede conducir a compromisos diferentes. [30]

Política y santidad
[31]

Para finalizar agreguemos la política como ámbito para la santidad. No se trata ya de relacionar solo fe y política, cristianismo y política, de analizar su compatibilidad teórica, la exigencia del compromiso político en nombre de la fe, sino de relacionar santidad y política.
Para mantener una vida cristiana no basta con la lucidez teórica sobre su posibilidad y legitimidad, sino que se necesita la realización notable de valores específicamente cristianos. Una realización santa de la acción política es necesaria para evitar los subproductos negativos inherentes a ésta e incluso para potenciarla en su eficacia histórica.
La política ofrece hoy, por tanto, una materialidad para la santidad, y la santidad permite una acción política más humanizadora para quien la realiza y para el proyecto político que se impulsa. El ámbito político para nada quita validez y necesidad a que sea ámbito para la santidad; también los otros ámbitos (ascesis personal, oración, práctica de la caridad)
La acción política exige la santidad que para mantenerse y crecer como amor. Su realización es difícil personalmente y utópica estructuralmente. Pero no por ello esa santidad es idealista; más aún, es eficaz históricamente.
El santo político es el que una y otra vez echa mano del ideal del reino de Dios y del Dios del reino para configurar la historia y su propia práctica.
Los santos políticos son una realidad. Los pueblos que sufren reconocen como santos a quienes por amor se encarnan en lo político y sólo reconocen como santos de hoy a quienes asumen el riesgo de esa encarnación.

San Alberto Hurtado señalaba: Nos absorben mil preocupaciones, gentes de la casa, del negocio, de la vida social. Nuestra vida de cada día es pagana. En ella no hay oración, ni estudio del dogma, ni tiempo para practicar la caridad o para defender la justicia.
[32]

NOTAS

[1] Ataliva Amengual. Chusmiza 1813- Las Condes, Santiago, ChileFono: 56-2-325 4045 - Celular: 83013610 - Mail:
ataliva@vtr.net, Blog: www.ataliva.cl

[2] Romano Guardini, Mundo y persona, Encuentro, Madrid, 2000.

[3] JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 42, AAS 81 (1989) 393-521. Esta nota doctrinal se refiere obviamente al compromiso político de los fieles laicos. Los Pastores tienen el derecho y el deber de proponer los principios morales también en el orden social; «sin embargo, la participación activa en los partidos políticos está reservada a los laicos» (JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 69). Cfr. Ver también CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31-I-1994, n. 33.

[4] Sergio Micco. Los partidos políticos, ¿para qué sirven? 12 de Julio del 2005http://www.elmostrador.cl/modulos/noticias/constructor/detalle_noticia.asp?id_noticia=163691
[5] Cumplido Francisco y Nogueira Humberto. Las Fuerzas Políticas. Editorial Jurídica Ediar Conosur Ltda. Santiago de Chile, 1998. Pág. 50.
[6] Gaudium et spes Nº 43

[7] Juan Pablo II. Christifideles laici Nº 42

[8] Compendio de la Doctrina social de la Iglesia No. 384.
[9] Juan Pablo II. Christifideles laici Nº 42 La caridad que ama y sirve a la persona no puede jamás ser separada de la justicia: una y otra, cada una a su modo, exigen el efectivo reconocimiento pleno de los derechos de la persona, a la que está ordenada la sociedad con todas sus estructuras e instituciones.
[10] Gaudium et spes Nº 26, 1; cfr. GS 74, 1

[11] Véase: La prudencia en la política y los católicos. Blog de Ataliva Amengual: www.ataliva.cl

[12] Catecismo de la Iglesia Católica Nº 1910
[13] Gaudium et spes Nº 74. Los hombres, las familias y los diversos grupos que constituyen la comunidad civil son conscientes de su propia insuficiencia para lograr una vida plenamente humana y perciben la necesidad de una comunidad más amplia, en la cual todos conjuguen a diario sus energías en orden a una mejor procuración del bien común. Por ello forman comunidad política según tipos institucionales varios. La comunidad política nace, pues, para buscar el bien común, en el que encuentra su justificación plena y su sentido y del que deriva su legitimidad primigenia y propia. El bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección.
Pero son muchos y diferentes los hombres que se encuentran en una comunidad política, y pueden con todo derecho inclinarse hacia soluciones diferentes. A fin de que, por la pluralidad de pareceres, no perezca la comunidad política, es indispensable una autoridad que dirija la acción de todos hacia el bien común no mecánica o despóticamente, sino obrando principalmente como una fuerza moral, que se basa en la libertad y en el sentido de responsabilidad de cada uno. Es, pues, evidente que la comunidad política y la autoridad pública se fundan en la naturaleza humana, y, por lo mismo, pertenecen al orden previsto por Dios, aun cuando la determinación del régimen político y la designación de los gobernantes se dejen a la libre designación de los ciudadanos. Síguese también que el ejercicio de la autoridad política, así en la comunidad en cuanto tal como en las instituciones representativas, debe realizarse siempre dentro de los límites del orden moral para procurar el bien común -concebido dinámicamente- según el orden jurídico legítimamente establecido o por establecer. Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer. De todo lo cual se deducen la responsabilidad, la dignidad y la importancia de los gobernantes.
[14] Ibid.
[15] Gaudium et spes Nº 75. Es perfectamente conforme con la naturaleza humana que se constituyan estructuras político-jurídicas que ofrezcan a todos los ciudadanos, sin discriminación alguna y con perfección creciente, posibilidades efectivas de tomar parte libre y activamente en la fijación de los fundamentos jurídicos de la comunidad política, en el gobierno de la cosa pública, en la determinación de los campos de acción y de los límites de las diferentes instituciones y en la elección de los gobernantes. Recuerden, por tanto, todos los ciudadanos el derecho y al mismo tiempo el deber que tienen de votar con libertad para promover el bien común. La Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan las cargas de este oficio. Los cristianos todos deben tener conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al bien común, así demostrarán también con los hechos cómo pueden armonizarse la autoridad y la libertad, la iniciativa personal y la necesaria solidaridad del cuerpo social, las ventajas de la unidad combinada con la provechosa diversidad. El cristiano debe reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales discrepantes y debe respetar a los ciudadanos que, aun agrupados, defienden lealmente su manera de ver. Los partidos políticos deben promover todo lo que a su juicio exige el bien común; nunca, sin embargo, está permitido anteponer intereses propios al bien común.
[16] Juan Pablo II. Christifideles laici Nº 42

[17] DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II. A LOS OBISPOS DE CHILE EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM» Viernes 10 de marzo de 1989
[18] Ibid.

[19] Gaudium et spes, 75.

[20] Juan Pablo II. Christifideles laici Nº 42

[21] Ibid.

[22] Ibid.

[23] Ibid.

[24] Hemos copiado varios párrafos de la Guía del Evangelizador de El caminante: http://www.elcaminante.org/PSGM/Mision03/M03T8.htm

[25] Gaudium et spes. Nº 74

[26] CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE. NOTA DOCTRINAL sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política Nº 3
[27] Ibid. Nº 6

[28] Ibid.

[29] Ibid.

[30] Octogesima Adveniens, Nº 50.

[31] Copiamos frases de Concilium 183 (marzo 1983) 335-344. Relación entre santidad y política.
[32] Alberto Hurtado, Mensaje Nº 12 de septiembre de 1952.