RECOGIMIENTO
RECOGIMIENTO
«En el estado de justicia original la razón dominaba las fuerzas interiores del alma y, al mismo tiempo, ella estaba sometida a Dios. Pero esa justicia original desapareció por el pecado de origen; y, como consecuencia lógica, todas esas fuerzas han quedado disgregadas» (S. Tomás de Aquino, In ep. II ad Cor. 6,3), buscando su propio fin. Como consecuencia tendemos a volcarnos, por los sentidos, hacia el exterior de nuestro ser. Recogerse es ensimismarse, es volverse al interior de la persona, a juntar lo separado, restablecer un orden perdido.
Recogimiento es vivir en uno mismo. Cuando la mente se vuelve hacia el interior se vivencia el “sí mismo”. Es necesario vivir en el “sí mismo”, recoger la mente en el corazón para poder vivir espiritualmente. Alcanzar esa unidad profunda supone necesariamente lucha ascética una constante negación de la ley del pecado, que está inserta en la naturaleza humana y se opone a la ley del espíritu y de la gracia (cfr. Rom 7,23). Por eso la vida cristiana es una pelea contra las propias pasiones. Jesús lo afirmó durante su vida terrena: «el reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y los que se la hacen a sí mismos son los que lo arrebatan» (Mt 11,12).
Precisamente todo el esfuerzo ascético que lleva consigo el recogimiento se orienta y tiene como finalidad la contemplación: el diálogo con Dios.
El recogimiento es una actitud permanente del alma y no dependa de modos de vida o espiritualidades concretas. Sin embargo, para recogerse es bueno buscar momentos de silencio exterior. La quietud exterior facilita la concentración de todas las potencias en un objeto establecido y favorece la acción de la voluntad, creando un ambiente apropiado para obtener la vida interior. Cuando quieras encontrar a Dios, “entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará”. (Mt. 6,6)
El recogimiento no aparta de la vida, sino que ayuda a ser verdaderamente uno mismo en cada ambiente, fieles a la voz de Dios que habla a la conciencia, libres de los condicionamientos del momento. (Encuentro con los jóvenes, Benedicto XVI, 4 de julio de 2010)
Recogerse es un estado peculiar de dominio de sí, que el hombre alcanza con la ayuda de la gracia sobrenatural y con su esfuerzo personal.
En el amor, en la entrega a Dios, el recogimiento alcanza su perfección última.
«En el estado de justicia original la razón dominaba las fuerzas interiores del alma y, al mismo tiempo, ella estaba sometida a Dios. Pero esa justicia original desapareció por el pecado de origen; y, como consecuencia lógica, todas esas fuerzas han quedado disgregadas» (S. Tomás de Aquino, In ep. II ad Cor. 6,3), buscando su propio fin. Como consecuencia tendemos a volcarnos, por los sentidos, hacia el exterior de nuestro ser. Recogerse es ensimismarse, es volverse al interior de la persona, a juntar lo separado, restablecer un orden perdido.
Recogimiento es vivir en uno mismo. Cuando la mente se vuelve hacia el interior se vivencia el “sí mismo”. Es necesario vivir en el “sí mismo”, recoger la mente en el corazón para poder vivir espiritualmente. Alcanzar esa unidad profunda supone necesariamente lucha ascética una constante negación de la ley del pecado, que está inserta en la naturaleza humana y se opone a la ley del espíritu y de la gracia (cfr. Rom 7,23). Por eso la vida cristiana es una pelea contra las propias pasiones. Jesús lo afirmó durante su vida terrena: «el reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y los que se la hacen a sí mismos son los que lo arrebatan» (Mt 11,12).
Precisamente todo el esfuerzo ascético que lleva consigo el recogimiento se orienta y tiene como finalidad la contemplación: el diálogo con Dios.
El recogimiento es una actitud permanente del alma y no dependa de modos de vida o espiritualidades concretas. Sin embargo, para recogerse es bueno buscar momentos de silencio exterior. La quietud exterior facilita la concentración de todas las potencias en un objeto establecido y favorece la acción de la voluntad, creando un ambiente apropiado para obtener la vida interior. Cuando quieras encontrar a Dios, “entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará”. (Mt. 6,6)
El recogimiento no aparta de la vida, sino que ayuda a ser verdaderamente uno mismo en cada ambiente, fieles a la voz de Dios que habla a la conciencia, libres de los condicionamientos del momento. (Encuentro con los jóvenes, Benedicto XVI, 4 de julio de 2010)
Recogerse es un estado peculiar de dominio de sí, que el hombre alcanza con la ayuda de la gracia sobrenatural y con su esfuerzo personal.
En el amor, en la entrega a Dios, el recogimiento alcanza su perfección última.