lunes, abril 08, 2013
6) Bien común y doctrina social
Escrito por Ataliva Amengual
Bien común, política, comunidad política, miembros de la comunidad política, las primeras comunidades cristianas, autoridad, pueblo, minorías, derechos y deberes de la persona, tutelar y promover los derechos humanos.
(Los números entre paréntesis, a continuación, se refieren al Compendio de la Doctrina social de la Iglesia)
Política y horizonte del bien común
También la política, al igual que la economía, debe saber extender su radio de acción más allá de los confines nacionales, adquiriendo rápidamente una dimensión operativa mundial que le permita dirigir los procesos en curso a la luz de parámetros no sólo económicos, sino también morales. (372)
Comunidad política y bien común
Una comunidad está sólidamente fundada cuando tiende a la promoción integral de la persona y del bien común. En este caso, el derecho se define, se respeta y se vive también según las modalidades de la solidaridad y la dedicación al prójimo…La persona humana, no encuentra su plena realización mientras no supera la lógica de la necesidad para proyectarse en la de la gratuidad y del don, que responde con mayor plenitud a su esencia y vocación comunitarias. (391)
El precepto evangélico de la caridad ilumina a los cristianos sobre el significado más profundo de la convivencia política…El objetivo que los creyentes deben proponerse es la realización de relaciones comunitarias entre las personas. La visión cristiana de la sociedad política otorga la máxima importancia al valor de la comunidad, ya sea como modelo organizativo de la convivencia, ya sea como estilo de vida cotidiana. (392)
Las primeras comunidades cristianas
La sumisión, no pasiva, sino por razones de conciencia (cf. Rm 13,5), al poder constituido responde al orden establecido por Dios. San Pablo (cf. Rm 13,1-7). (Rm 13,7). El Apóstol no intenta ciertamente legitimar todo poder, sino más bien ayudar a los cristianos a « procurar el bien ante todos los hombres » (Rm 12,17), incluidas las relaciones con la autoridad, en cuanto está al servicio de Dios para el bien de la persona (cf. Rm 13,4; 1 Tm 2,1-2; Tt 3,1) y « para hacer justicia y castigar al que obra el mal » (Rm 13,4). Se trata entonces de una obediencia libre y responsable a una autoridad que hace respetar la justicia, asegurando el bien común. (380)
La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad, sin suplantar la libre actividad de los personas y de los grupos, sino disciplinándola y orientándola hacia la realización del bien común, respetando y tutelando la independencia de los sujetos individuales y sociales…El ejercicio de la autoridad política, en efecto, « así en la comunidad en cuanto tal como en las instituciones representativas, debe realizarse siempre dentro de los límites del orden moral para procurar el bien común —concebido dinámicamente— según el orden jurídico legítimamente establecido o por establecer. Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer ». (394)
La autoridad como fuerza moral
La autoridad debe dejarse guiar por la ley moral: toda su dignidad deriva de ejercitarla en el ámbito del orden moral,804 « que tiene a Dios como primer principio y último fin ».805 En razón de la necesaria referencia a este orden, la autoridad no puede ser entendida como una fuerza determinada por criterios de carácter puramente sociológico e histórico. Al no reconocer los hombres una única ley de justicia con valor universal, no pueden llegar en nada a un acuerdo pleno y seguro ». Precisamente de este orden proceden la fuerza que la autoridad tiene para obligar y su legitimidad moral; no del arbitrio o de la voluntad de poder, y tiene el deber de traducir este orden en acciones concretas para alcanzar el bien común. (396)
La autoridad debe emitir leyes justas, es decir, conformes a la dignidad de la persona humana y a los dictámenes de la recta razón: « En tanto la ley humana es tal en cuanto es conforme a la recta razón y por tanto deriva de la ley eterna. Cuando por el contrario una ley está en contraste con la razón, se le denomina ley inicua; en tal caso cesa de ser ley y se convierte más bien en un acto de violencia ».La autoridad pública, que tiene su fundamento en la naturaleza humana y pertenece al orden preestablecido por Dios, si no actúa en orden al bien común, desatiende su fin propio y por ello mismo se hace ilegítima. (398)
En su campo específico (elaboración de leyes, actividad de gobierno y control sobre ella), los electos deben empeñarse en la búsqueda y en la actuación de lo que pueda ayudar al buen funcionamiento de la convivencia civil en su conjunto. Los electos, en el ejercicio de su mandato, con relación a los objetivos que se deben proponer: estos no dependen exclusivamente de intereses de parte, sino en medida mucho mayor de la función de síntesis y de mediación en vistas al bien común, que constituye una de las finalidades esenciales e irrenunciables de la autoridad política. (409)
Quienes tienen responsabilidades políticas no deben olvidar o subestimar la dimensión moral de la representación, la práctica del poder con espíritu de servicio y capaces de asumir auténticamente como finalidad de su actuación el bien común y no el prestigio o el logro de ventajas personales. (410)
En el contexto del compromiso político del fiel laico, requiere un cuidado particular, la preparación para el ejercicio del poder, que los creyentes deben asumir, especialmente cuando sus conciudadanos les confían este encargo, según las reglas democráticas. Los cristianos aprecian el sistema democrático, « en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica ». El ejercicio de la autoridad debe asumir el carácter de servicio, se ha de desarrollar siempre en el ámbito de la ley moral para lograr el bien común: quien ejerce la autoridad política debe hacer converger las energías de todos los ciudadanos hacia este objetivo, no de forma autoritaria, sino valiéndose de la fuerza moral alimentada por la libertad. (567)
Miembros de la comunidad política y bien común
La persona humana es el fundamento y el fin de la convivencia política. Por ser una criatura social y política por naturaleza, « la vida social no es, pues, para el hombre sobrecarga accidental », sino una dimensión esencial e ineludible.
La comunidad política deriva de la naturaleza de las personas, cuya conciencia « descubre y manda observar estrictamente » el orden inscrito por Dios en todas sus criaturas…Este orden debe ser gradualmente descubierto y desarrollado por la humanidad. La comunidad política, realidad connatural a los hombres, existe para obtener un fin de otra manera inalcanzable: el crecimiento más pleno de cada uno de sus miembros, llamados a colaborar establemente para realizar el bien común, bajo el impulso de su natural inclinación hacia la verdad y el bien. (384)
Pueblo y bien común
La comunidad política encuentra en la referencia al pueblo su auténtica dimensión: ella « es, y debe ser en realidad, la unidad orgánica y organizadora de un verdadero pueblo ». El pueblo « vive de la plenitud de vida de los hombres que lo componen, cada uno de los cuales... es una persona consciente de su propia responsabilidad y de sus propias convicciones ». Quienes pertenecen a una comunidad política, aun estando unidos orgánicamente entre sí como pueblo, conservan, sin embargo, una insuprimible autonomía en su existencia personal y en los fines que persiguen. (385)
Minorías y bien común del Estado
A cada pueblo corresponde normalmente una Nación, pero, por diversas razones, no siempre los confines nacionales coinciden con los étnicos. Surge así la cuestión de las minorías, que históricamente han dado lugar a no pocos conflictos. El Magisterio afirma que las minorías constituyen grupos con específicos derechos y deberes. En primer lugar, un grupo minoritario tiene derecho a la propia existencia, además, las minorías tienen derecho a mantener su cultura, incluida la lengua, así como sus convicciones religiosas, incluida la celebración del culto. En la legítima reivindicación de sus derechos, las minorías pueden verse empujadas a buscar una mayor autonomía o incluso la independencia: en estas delicadas circunstancias, el diálogo y la negociación son el camino para alcanzar la paz. Las minorías tienen también deberes que cumplir, entre los cuales se encuentra, sobre todo, la cooperación al bien común del Estado en que se hallan insertos. En particular, « el grupo minoritario tiene el deber de promover la libertad y la dignidad de cada uno de sus miembros y de respetar las decisiones de cada individuo, incluso cuando uno de ellos decidiera pasar a la cultura mayoritaria ». (387)
Bien común y derechos y deberes de la persona. Tutelar y promover los derechos humanos
Considerar a la persona humana como fundamento y fin de la comunidad política significa trabajar, ante todo, por el reconocimiento y el respeto de su dignidad mediante la tutela y la promoción de los derechos fundamentales e inalienables del hombre: « En la época actual se considera que el bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana ». Estos constituyen una norma objetiva que es el fundamento del derecho positivo y que no puede ser ignorada por la comunidad política, porque la persona es, desde el punto de vista ontológico y como finalidad, anterior a aquélla: el derecho positivo debe garantizar la satisfacción de las exigencias humanas fundamentales. (388)
La comunidad política tiende al bien común cuando actúa a favor de la creación de un ambiente humano en el que se ofrezca a los ciudadanos la posibilidad del ejercicio real de los derechos humanos y del cumplimiento pleno de los respectivos deberes: La plena realización del bien común requiere que la comunidad política desarrolle, en el ámbito de los derechos humanos, una doble y complementaria acción, de defensa y de promoción.(389)
miércoles, enero 02, 2013
SERENIDAD
Quizá, frecuentemente, cuando tenemos que enfrentar problemas, ya sean, personales o sociales nos sentimos nerviosos, irritables o molestos.
En esas circunstancias es cuando necesitamos focalizar lo que sucede a nuestro alrededor. Debemos lograr pensar antes de decidir y no sentirnos asustados, preocupados o ansiosos por lo que ocurrirá.
Tampoco debemos apoyarnos en la desdichas del pasado, ni fantasear sobre posibles calamidades futuras. En realidad, quienes son más serenos pueden disfrutar de la vida y pensar que podrán, en algún momento, superar los problemas.
Sin embargo, esto no significa esperar que las cosas pasen o mejoren por sí solas. Por el contrario, se trata de proceder de acuerdo a lo que cada uno crea mejor para sí mismo, y para los demás respecto al asunto que debe enfrentar.
Tener serenidad requiere de un arduo trabajo personal, pero resulta fundamental para enfrentar las pérdidas y la adversidad. Y aunque no existe una fórmula para aprender aquellas respuestas serenas que nos sirvan, es preciso tener en cuenta la importancia de vivir aquí, ahora y con lo que existe... y cambiar, si de nosotros depende.
Por último: la serenidad no es indiferencia, complacencia ni ignorancia. Es una virtud que nos abre la posibilidad de mejorar nuestra vida.
Las personas que se mantienen serenas acostumbran “tomarse su tiempo”; es decir, se adueñan del mismo y lo usan en forma provechosa para sí mismas.
No son las demás personas, ni las circunstancias las que nos perturban, sino más bien nuestros propios pensamientos y actitudes sobre esas personas y circunstancias las que no producen inquietud.
Es cada uno de nosotros quien decide, elige y crea su propio clima interior y exterior de serenidad, fomentando en su mente pensamientos de paz, de acogida y de amor.
miércoles, diciembre 12, 2012
Sinceridad
SINCERIDAD
La sinceridad es una virtud que identifica a las personas por la actitud coherente que conservan permanentemente, fundada en la verdad de sus palabras y acciones.
Ser sinceros implica proponerse decir siempre la verdad.
Lo que no debe conllevar expresar con facilidad los errores que cometen los demás.
Cuando aparentamos ser lo que no somos, se tiene la disposición a mostrar una personalidad fingida.
Es necesario subrayar que “decir” la verdad es un aspecto de la sinceridad, pero también lo es “actuar” de acuerdo a la verdad.
El revelarnos “como somos en realidad”, nos hace coherentes entre lo que decimos, hacemos y pensamos.
La sinceridad debe ser gobernada por la caridad y por la prudencia.
Ataliva Amengual
TERNURA
Si algo da belleza y sentido a la vida es, sin duda, la ternura. La ternura es la expresión más serena, bella y segura del amor.
Es un corazón suavemente estremecido de amor.
La ternura acaricia el alma.
Es algo maravilloso que es ostensible en el temblor de la mano que acaricia.
La ternura no se limita a las expresiones externas, que pueden ser simplemente usuales, por el contrario, siempre es personal, interior e íntima, elude las miradas.
Es recatada. No puede revelarse libremente más que en aquellos que la acogen, comprenden y sienten.
La ternura es algo que penetra y traspasa en lo íntimo.
La ternura es el sentimiento de protección, de estar frente a algo sagrado, que debe ser cuidado.
La ternura es el retorno al origen de lo velado.
Es la "conmoción" de un brotar. Es el esplendor conmovedor que brilla veladamente.
Es lo que reúne, penetra, sintetiza y atraviesa todo con su esencia.
La ternura recoge hacia sí y resguarda lo recogido, pero no oculta, sino que trasluce y translumina lo reunido.
La ternura sí es profunda habita en el silencio mismo.
Es el silencio de mi carne. La ternura es el reposo de la pasión.
Un silencio que lo dice todo es sumergirse en la ternura.
La ternura es algo profundo y esquivo.
La ternura de los pueblos es la solidaridad.
Revelar la ternura en la cotidianidad es la tarea que anhelamos.
Ataliva Amengual
lunes, septiembre 10, 2012
Diálogo y participación
Diálogo y participación
Ataliva Amengual
En el encuentro con el otro, el YO no comienza a ser, pero es activado. Pero el desarrollo del Yo está en dependencia del hecho de que la otra persona exista…el hombre es por naturaleza un diálogo. De ese modo el DIÁLOGO se convierte en el plan objetivo para la construcción del encuentro y desarrollo personal.
La realización del YO no sólo requiere de otras personas sino, lo que es más importante, exige que se desarrolle un diálogo con ellas. Sólo con este diálogo auténtico puede conseguirse una verdadera comunión con los demás y además, sólo en esta comunión lograda se actualiza y constituye el YO…Esta actitud consiste en considerar a la otra persona como un TÚ que tiene su propio centro personal y no como si fuera un mero objeto o “instrumento para el logro de los propósitos de uno mismo”
Si la percepción de sí está indisolublemente ligada a la persona, es también solidaria de la percepción del otro […] La relación del yo a un tú es el hecho primitivo, la experiencia fundamental y fundante a la que la conciencia no puede sustraerse sin tender a suprimirse […] No hay, pues, un yo sin el nosotros nadie se construye o se personaliza, se hace persona sino es por medio del tú”
Así la participación en el diálogo se la concibe como un valor, intrínseco a la persona, una condición esencial para el desarrollo humano. La participación no es simplemente un instrumento es un constitutivo esencial para la existencia de la persona.
En el diálogo participamos en la construcción del YO, del TU, del NOSOTROS del cual formamos parte. El NOSOTROS una identidad común que compartimos, en la cual damos de nuestra parte y recibimos de la otra parte.
El NOSOTROS es el fundamento del BIEN COMÚN, el bien de todos y cada uno.
El Concilio Vaticano II enseña que la experiencia de fe es ante todo una experiencia personal de un diálogo y un encuentro personal con Jesucristo y el Documento de Aparecida subraya mucho esa dimensión recalcando que se trata de experimentar que Jesús sale al encuentro de nosotros, a partir del encuentro con Jesucristo nos transformamos en discípulos misioneros. Es fundamental este diálogo personal que se tiene con Jesucristo para participar con Él.
La Iglesia debe ejercer constantemente el diálogo. Tal vez sea uno de los métodos más importantes hoy para relacionarse positiva y constructivamente con la sociedad, para participar en ella.. Un diálogo con coraje, abierto, franco, sensible y humilde.
En definitiva se trata de proponer y no imponer, servir y no dominar. Una Iglesia dialogante con el mundo contemporáneo es lo que la Gaudium et spes delinea y promueve. Una Iglesia que asumiendo la misión de Jesús, participa en el mundo no para juzgar a la humanidad sino para amarla y salvarla.
De acuerdo a la concepción de la persona la participación se entiende como “el compromiso voluntario y generoso de la persona en los intercambios sociales” , intercambios a través del diálogo, así como de la serie de “actividades mediante las cuales el ciudadano como individuo o asociado a otros directamente o por medio de los propios representantes contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad”
Comprometámonos de manera voluntaria y generosa en el diálogo.
“Lo cual requiere en primer lugar que se promueva en el seno de la Iglesia la mutua estima, respeto y concordia reconociendo todas las legítimas diversidades, para abrir, con fecundidad siempre creciente el diálogo entre todos los que integran el único Pueblo de Dios tanto los pastores como los demás fieles. Los lazos de unión de los fieles son mucho más fuertes que los motivos de división entre ellos. Haya unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso, caridad en todo”
sábado, abril 07, 2012
RECOGIMIENTO
RECOGIMIENTO
«En el estado de justicia original la razón dominaba las fuerzas interiores del alma y, al mismo tiempo, ella estaba sometida a Dios. Pero esa justicia original desapareció por el pecado de origen; y, como consecuencia lógica, todas esas fuerzas han quedado disgregadas» (S. Tomás de Aquino, In ep. II ad Cor. 6,3), buscando su propio fin. Como consecuencia tendemos a volcarnos, por los sentidos, hacia el exterior de nuestro ser. Recogerse es ensimismarse, es volverse al interior de la persona, a juntar lo separado, restablecer un orden perdido.
Recogimiento es vivir en uno mismo. Cuando la mente se vuelve hacia el interior se vivencia el “sí mismo”. Es necesario vivir en el “sí mismo”, recoger la mente en el corazón para poder vivir espiritualmente. Alcanzar esa unidad profunda supone necesariamente lucha ascética una constante negación de la ley del pecado, que está inserta en la naturaleza humana y se opone a la ley del espíritu y de la gracia (cfr. Rom 7,23). Por eso la vida cristiana es una pelea contra las propias pasiones. Jesús lo afirmó durante su vida terrena: «el reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y los que se la hacen a sí mismos son los que lo arrebatan» (Mt 11,12).
Precisamente todo el esfuerzo ascético que lleva consigo el recogimiento se orienta y tiene como finalidad la contemplación: el diálogo con Dios.
El recogimiento es una actitud permanente del alma y no dependa de modos de vida o espiritualidades concretas. Sin embargo, para recogerse es bueno buscar momentos de silencio exterior. La quietud exterior facilita la concentración de todas las potencias en un objeto establecido y favorece la acción de la voluntad, creando un ambiente apropiado para obtener la vida interior. Cuando quieras encontrar a Dios, “entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará”. (Mt. 6,6)
El recogimiento no aparta de la vida, sino que ayuda a ser verdaderamente uno mismo en cada ambiente, fieles a la voz de Dios que habla a la conciencia, libres de los condicionamientos del momento. (Encuentro con los jóvenes, Benedicto XVI, 4 de julio de 2010)
Recogerse es un estado peculiar de dominio de sí, que el hombre alcanza con la ayuda de la gracia sobrenatural y con su esfuerzo personal.
En el amor, en la entrega a Dios, el recogimiento alcanza su perfección última.
«En el estado de justicia original la razón dominaba las fuerzas interiores del alma y, al mismo tiempo, ella estaba sometida a Dios. Pero esa justicia original desapareció por el pecado de origen; y, como consecuencia lógica, todas esas fuerzas han quedado disgregadas» (S. Tomás de Aquino, In ep. II ad Cor. 6,3), buscando su propio fin. Como consecuencia tendemos a volcarnos, por los sentidos, hacia el exterior de nuestro ser. Recogerse es ensimismarse, es volverse al interior de la persona, a juntar lo separado, restablecer un orden perdido.
Recogimiento es vivir en uno mismo. Cuando la mente se vuelve hacia el interior se vivencia el “sí mismo”. Es necesario vivir en el “sí mismo”, recoger la mente en el corazón para poder vivir espiritualmente. Alcanzar esa unidad profunda supone necesariamente lucha ascética una constante negación de la ley del pecado, que está inserta en la naturaleza humana y se opone a la ley del espíritu y de la gracia (cfr. Rom 7,23). Por eso la vida cristiana es una pelea contra las propias pasiones. Jesús lo afirmó durante su vida terrena: «el reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y los que se la hacen a sí mismos son los que lo arrebatan» (Mt 11,12).
Precisamente todo el esfuerzo ascético que lleva consigo el recogimiento se orienta y tiene como finalidad la contemplación: el diálogo con Dios.
El recogimiento es una actitud permanente del alma y no dependa de modos de vida o espiritualidades concretas. Sin embargo, para recogerse es bueno buscar momentos de silencio exterior. La quietud exterior facilita la concentración de todas las potencias en un objeto establecido y favorece la acción de la voluntad, creando un ambiente apropiado para obtener la vida interior. Cuando quieras encontrar a Dios, “entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará”. (Mt. 6,6)
El recogimiento no aparta de la vida, sino que ayuda a ser verdaderamente uno mismo en cada ambiente, fieles a la voz de Dios que habla a la conciencia, libres de los condicionamientos del momento. (Encuentro con los jóvenes, Benedicto XVI, 4 de julio de 2010)
Recogerse es un estado peculiar de dominio de sí, que el hombre alcanza con la ayuda de la gracia sobrenatural y con su esfuerzo personal.
En el amor, en la entrega a Dios, el recogimiento alcanza su perfección última.
POBREZA
POBREZA
En nuestra sociedad la pobreza se manifiesta como privación de los bienes y es, en cuanto tal, un mal, las más de las veces fruto de la injusticia. Es la pobreza material, es la pobreza real, socioeconómica; la privación de la comida, de la educación, de la salud, etc.
Esta pobreza no es querida por Dios y representa un "pecado social" (Puebla, 28, passim) por ser sinónimo de injusticia. Ya que los pobres son "socialmente inocentes", víctimas de la injusticia.
De distinto modo la pobreza espiritual es inseparable a todo ser creado, en cuanto éste depende del Absoluto, y por ello es pobre, en cuanto creatura. La pobreza espiritual es conciencia de la propia condición humana, que genera un sentido religioso de apertura a Dios, de confianza, humildad y entrega al misterio.
La pobreza espiritual es la actitud de apertura a Dios, la disponibilidad de quien todo lo espera del Señor. Aunque valoriza los bienes de este mundo no se apega a ellos reconociendo el valor superior de los bienes del Reino. Ejercita el desapego material y practica la pobreza espiritual confiando en la Providencia.
La pobreza espiritual es compromiso, que se asume, voluntariamente y por amor. Se acepta la condición de los necesitados de este mundo para testimoniar el mal que ella representa y la libertad espiritual frente a los bienes, siguiendo a Cristo que hizo suyas todas las consecuencias de la condición pecadora de los hombres y que "siendo rico se hizo pobre", para salvarnos.
Pues bien, pobreza material y pobreza espiritual, si bien distintas, pueden caminar juntas, e incluso tienden a coincidir. El pobre real está más inclinado a tener un corazón pobre, humilde y abierto que el rico, el cual se siente más tentado al engreimiento y a cerrarse. Son las condiciones concretas de la vida las que favorecen una u otra actitud espiritual; no de manera determinada, sino por el condicionamiento social.
Con todo, no podemos negar que la pobreza espiritual representa una entidad relativamente autónoma y comprensible en sí misma. Por eso, se puede ser pobre de espíritu, aunque no se sea pobre materialmente; como, por ejemplo, el publicano de la parábola (Lc 18,9-14) y el publicano de la historia (Zaqueo: Lc 19,110) que son realmente pobres de espíritu, aunque no sean pobres económicamente.
Finalmente, la pobreza evangélica. El ideal evangélico de la pobreza, vivido y propuesto por Cristo a sus seguidores (Lc 13,33-34;14,33;18,1830; 19,1-10, etc.), es la síntesis concreta de los dos tipos de pobreza descritos anteriormente. En efecto, la pobreza evangélica, ideal de todo cristiano, posee un aspecto interno y otro externo. Es espiritual y material al mismo tiempo. Se trata, efectivamente de una actitud interior originaria, que se expresa congruentemente en un estilo de vida exterior. Importa aquí articular las dos dimensiones: el polo determinante es ciertamente el interior, mientras que el exterior es determinado.
La pobreza cristiana o evangélica es, por tanto, algo místico y algo práctico al unísono. Involucra, además, un desapego afectivo, una actitud de compartir y un estilo de vida sobrio. Es también el ideal de la pobreza evangélica el que debe inspirar, a los ojos cristianos, el proyecto socio-económico de una nueva sociedad humana y fraterna, en la que el desarrollo material sea únicamente la condición necesaria (y siempre insuficiente) del desarrollo humano integral.
Ésa fue la gran lección de Pablo VI en la Populorum progressio: no busca tener, sino ser, y busca tener solamente en función del ser.
En nuestra sociedad la pobreza se manifiesta como privación de los bienes y es, en cuanto tal, un mal, las más de las veces fruto de la injusticia. Es la pobreza material, es la pobreza real, socioeconómica; la privación de la comida, de la educación, de la salud, etc.
Esta pobreza no es querida por Dios y representa un "pecado social" (Puebla, 28, passim) por ser sinónimo de injusticia. Ya que los pobres son "socialmente inocentes", víctimas de la injusticia.
De distinto modo la pobreza espiritual es inseparable a todo ser creado, en cuanto éste depende del Absoluto, y por ello es pobre, en cuanto creatura. La pobreza espiritual es conciencia de la propia condición humana, que genera un sentido religioso de apertura a Dios, de confianza, humildad y entrega al misterio.
La pobreza espiritual es la actitud de apertura a Dios, la disponibilidad de quien todo lo espera del Señor. Aunque valoriza los bienes de este mundo no se apega a ellos reconociendo el valor superior de los bienes del Reino. Ejercita el desapego material y practica la pobreza espiritual confiando en la Providencia.
La pobreza espiritual es compromiso, que se asume, voluntariamente y por amor. Se acepta la condición de los necesitados de este mundo para testimoniar el mal que ella representa y la libertad espiritual frente a los bienes, siguiendo a Cristo que hizo suyas todas las consecuencias de la condición pecadora de los hombres y que "siendo rico se hizo pobre", para salvarnos.
Pues bien, pobreza material y pobreza espiritual, si bien distintas, pueden caminar juntas, e incluso tienden a coincidir. El pobre real está más inclinado a tener un corazón pobre, humilde y abierto que el rico, el cual se siente más tentado al engreimiento y a cerrarse. Son las condiciones concretas de la vida las que favorecen una u otra actitud espiritual; no de manera determinada, sino por el condicionamiento social.
Con todo, no podemos negar que la pobreza espiritual representa una entidad relativamente autónoma y comprensible en sí misma. Por eso, se puede ser pobre de espíritu, aunque no se sea pobre materialmente; como, por ejemplo, el publicano de la parábola (Lc 18,9-14) y el publicano de la historia (Zaqueo: Lc 19,110) que son realmente pobres de espíritu, aunque no sean pobres económicamente.
Finalmente, la pobreza evangélica. El ideal evangélico de la pobreza, vivido y propuesto por Cristo a sus seguidores (Lc 13,33-34;14,33;18,1830; 19,1-10, etc.), es la síntesis concreta de los dos tipos de pobreza descritos anteriormente. En efecto, la pobreza evangélica, ideal de todo cristiano, posee un aspecto interno y otro externo. Es espiritual y material al mismo tiempo. Se trata, efectivamente de una actitud interior originaria, que se expresa congruentemente en un estilo de vida exterior. Importa aquí articular las dos dimensiones: el polo determinante es ciertamente el interior, mientras que el exterior es determinado.
La pobreza cristiana o evangélica es, por tanto, algo místico y algo práctico al unísono. Involucra, además, un desapego afectivo, una actitud de compartir y un estilo de vida sobrio. Es también el ideal de la pobreza evangélica el que debe inspirar, a los ojos cristianos, el proyecto socio-económico de una nueva sociedad humana y fraterna, en la que el desarrollo material sea únicamente la condición necesaria (y siempre insuficiente) del desarrollo humano integral.
Ésa fue la gran lección de Pablo VI en la Populorum progressio: no busca tener, sino ser, y busca tener solamente en función del ser.
martes, marzo 20, 2012
martes, enero 24, 2012
(Anotación a “El pensamiento personalista comunitario y universidad”)
(Anotación a “El pensamiento personalista comunitario y universidad”)
Complejidad
Dado que en nuestro trabajo anotamos la necesidad de interdisciplina para satisfacer la complejidad como exigencia de la universidad debemos preguntarnos qué entendemos por interdisciplina.
La interdisciplina no la concebimos como el encuentro y la cooperación entre dos disciplinas o más aportando cada una de esas disciplinas (al nivel de la teoría o de la investigación empírica) sus propios esquemas conceptuales, su manera de definir los problemas y sus métodos de investigación.
La interdisciplinariedad, la ideamos de modo diferente, la pensamos como el contacto y la cooperación entre varias disciplinas que adoptan un mismo conjunto de conceptos, o un mismo método de investigación, o de manera más general, un mismo paradigma.
Como ejemplos de un mismo paradigma interdisciplinario podemos mencionar al marxismo, al estructuralismo, la fenomenología, etc.
La interdisciplinariedad implica una “lógica de descubrimiento de barreras que se suprimen, la comunicación entre diferentes dominios del conocimiento, una fecundación mutua…”
La no existencia de interdisciplinariedad, por la acentuación, y muchas veces, por la exclusividad de la especialización ha conllevado a la desintegración del espacio intelectual.
Ataliva Amengual
24/01/2012
Complejidad
Dado que en nuestro trabajo anotamos la necesidad de interdisciplina para satisfacer la complejidad como exigencia de la universidad debemos preguntarnos qué entendemos por interdisciplina.
La interdisciplina no la concebimos como el encuentro y la cooperación entre dos disciplinas o más aportando cada una de esas disciplinas (al nivel de la teoría o de la investigación empírica) sus propios esquemas conceptuales, su manera de definir los problemas y sus métodos de investigación.
La interdisciplinariedad, la ideamos de modo diferente, la pensamos como el contacto y la cooperación entre varias disciplinas que adoptan un mismo conjunto de conceptos, o un mismo método de investigación, o de manera más general, un mismo paradigma.
Como ejemplos de un mismo paradigma interdisciplinario podemos mencionar al marxismo, al estructuralismo, la fenomenología, etc.
La interdisciplinariedad implica una “lógica de descubrimiento de barreras que se suprimen, la comunicación entre diferentes dominios del conocimiento, una fecundación mutua…”
La no existencia de interdisciplinariedad, por la acentuación, y muchas veces, por la exclusividad de la especialización ha conllevado a la desintegración del espacio intelectual.
Ataliva Amengual
24/01/2012